El papa Francisco proclamó este domingo en una ceremonia solemne celebrada en la plaza de San Pedro y ante miles de peregrinos a 10 nuevos santos, la mayoría religiosos que vivieron en diferentes continentes y épocas.
Además de la primera santa de Uruguay, la religiosa ítalo-uruguaya Francisca Rubatto, que pasó parte de su vida en América Sur a finales del siglo XIX, figura Charles de Foucauld, punto de referencia de la llamada «espiritualidad del desierto».
La vida del ermitaño, asesinado en 1916 en el desierto de Argelia, es considerada un ejemplo para todos los católicos, según el mismo papa Francisco, quien elogió su «capacidad para sentirse hermano de todos».
Entre los diez nuevos santos también figuran los franceses César de Bus (1544-1607), fundador de la congregación de los Padres de la Doctrina Cristiana, quien trabajó por el renacimiento del cristianismo en una época convulsa por los comienzos de la Reforma protestante, y la hermana Marie Rivier (1768-1838), una maestra, fundadora de la congregación de la Presentación de María.
La canonización del intelectual y periodista holandés Titus Brandsma (1881-1942), conocido por su oposición a la propaganda nazi durante la Segunda Guerra Mundial, fue recibida con entusiasmo por la prensa católica. Un grupo de periodistas firmó una carta abierta esta semana para que el papa lo designe su santo patrón.
El primer laico indio en ser santo es el mártir Lázaro, Devasahayam Pillai (1712-1752), un hindú convertido al cristianismo. Arrestado, torturado durante tres años y luego ejecutado, se negó a retractar su fe.
Los otros que alcanzan la gloria de los altares serán los sacerdotes italianos Luigi Maria Palazzolo (1827-1886) y Giustino Maria Russolillo (1891-1955) y las monjas italianas Maria Domenica Mantovani (1862-1934) y Maria di Gesù Santocanale (1852-1923).
Para llegar a ser santo de la Iglesia Católica, el candidato debe recorrer un largo camino: primero siervo de Dios o mártir, luego beato y finalmente santo.
Antiguamente los santos eran proclamados por «vox populi», es decir por aclamación popular. Pero luego, para evitar abusos, la Iglesia estableció esas tres etapas y los obispos asumieron la responsabilidad de iniciar el proceso con una investigación sobre la vida de los candidatos.
La propuesta para iniciar una causa de beatificación -como se llama el primer paso- generalmente se presenta una vez pasados cinco años de la muerte del candidato.
Todo milagro debe ser certificado en el caso de que se trate de la curación permanente y no científicamente explicable. Una vez que la Iglesia considera comprobada esa intervención póstuma, el candidato podrá ser proclamado «beato». Para ser santo el Código de Derecho Canónico exige la comprobación de un segundo milagro ocurrido después de la beatificación.