Maxime François-Marsal, responsable en ACN para proyectos en los países francófonos de África Central, realizó en diciembre un viaje a Congo Brazzaville, también conocido como República del Congo, una nación que limita, entre otros, con Angola, Camerún y República Democrática del Congo. En la siguiente entrevista, habla de la situación de la Iglesia congoleña y de la contribución de Ayuda a la Iglesia que Sufre (ACN) a su desarrollo.
Congo Brazzaville no sale mucho en las noticias. ¿Cómo describiría al país?
Se trata de un país del cual, efectivamente, se habla poco y al que, de hecho, se confunde muy a menudo con el vecino país: la República Democrática del Congo, mucho más extenso, conocido y nombrado en los medios. Congo Brazzaville tiene una extensión de 342.000 km² y una población de alrededor de 6 millones de personas. Es una nación que, a pesar de la riqueza natural y sus exportaciones de madera y petróleo, enfrenta una gran pobreza a nivel nacional, no solo financiera, sino también moral. Congo-Brazzaville ha tenido una historia turbulenta que ha dejado una huella en la gente. Tuvieron una horrible guerra a finales de los setenta. Esta guerra puso en el poder al actual presidente Nguesso, un militar, en 1979. En 1997, fuerzas leales a Nguesso se enfrentaron en otra guerra civil a los partidarios de Pascal Lissouba, que había sido elegido presidente de la república en 1992. Debido a la guerra Lissouba tuvo que exiliarse. Todo esto afectó a la población, con miles de muertos y desplazados. Desde entonces, Denis Nguesso está en el poder y la gente vive al día: solamente tratan de sobrevivir, y tener paz.
¿Cómo es la situación de la Iglesia hoy en día?
La Iglesia desempeña su labor en el país con cierta libertad, pero no siempre ha sido así. El país obtuvo la independencia del dominio colonial francés en 1960. Tras eso, en 1970, hubo un período de socialismo, con consecuencias terribles para la Iglesia. Durante este régimen, el gobierno nacionalizó de un día a otro las escuelas católicas y se impusieron restricciones a las actividades religiosas y a la participación de la Iglesia en asuntos públicos. Hasta 1991 la bandera era roja con una hoz y un martillo, como símbolos nacionales. Ahora la Iglesia está recuperando parte del terreno perdido, pero todavía tiene mucho por hacer. En otros países como Camerún, por ejemplo, la Iglesia gestiona el 50% de las escuelas, mientras que en Congo el número de escuelas gestionadas por la Iglesia es de un 10% más o menos. Hay aproximadamente un 47% de católicos, 48% de protestantes y un 1.5% de musulmanes y también un porcentaje menor que cree en religiones tradicionales africanas.
Una de las víctimas de esa época fue el cardenal Emile Bianyenda. ¿Cómo sigue presente en la vida de los fieles?
Es una figura muy querida, porque fue un hombre que buscaba la paz. Incluso aquellos que no son católicos lo respetan y admiran. Fue asesinado en 1977, al inicio de la guerra civil. En el transcurso de una semana, tres personalidades importantes del país fueron asesinadas: el entonces presidente Marien Ngouabi, el cardenal Biayenda y el expresidente Alphonse Massamba-Débat, que fue ejecutado. El cardenal instaba constantemente ‘a mantener la calma y confiar en Dios’. A pesar del peligro creciente, no se quiso ir del país, declarando: ‘Daré gustoso mi vida por Cristo’. Lamentablemente, unas horas después, fue tiroteado. Actualmente hay abierto un proceso de beatificación.
¿Cuáles son los desafíos a los que se enfrenta la Iglesia en Congo Brazzaville?
Las vocaciones a la vida religiosa femenina son escasas y el auge de las sectas protestantes es preocupante. La pobreza infunde mucha desesperación entre la gente, y la lucha por la supervivencia es tremendamente dura. A pesar de todo, creo que la Iglesia en Congo Brazzaville está llena de personas maravillosas y sacerdotes excepcionales. Necesitan que les demos esperanza, que les ayudemos para que las comunidades prosperen.
¿Qué le gustaría destacar de su viaje?
Uno de los momentos más emotivos fue cuando en Impfondo tuvimos que parar el vehículo en el que íbamos para pedir agua, ya que se nos rompió el radiador. Allí, en medio del camino, nos encontramos una familia de autóctonos, habitantes congoleños que viven en la selva (llamados “pigmeos”, un término muy despectivo en Congo). Muchos de ellos viven en gran pobreza, y no tienen acceso a la educación. Son pocos los que se adhieren a la fe católica, porque no aceptan fácilmente la novedad. De hecho, vimos un niño indígena que se puso a llorar al vernos, y cuando preguntamos la razón, era porque nunca había visto una persona blanca, ya que apenas tienen contacto con extraños. Pero me impresionó porque, aun así, cuando nos encontramos con esta familia y les pedimos agua no solo nos la dieron, sino que, además, nos recibieron muy amablemente y quisieron enseñarnos su casa. Estamos hablando de casas pequeñas, hechas de ramas y hojas. Son gente muy pobre y aun así te ofrecen todo lo que tienen.
¿Cómo ayuda ACN a la labor de la Iglesia en un país tan desafiante?
ACN ha respaldado numerosos proyectos: formación de seminaristas, recursos para la adquisición de vehículos, proyectos educativos, casas para sacerdotes… Durante nuestra visita al seminario de Brazzaville, donde celebramos la misa, quedé impresionado por la actitud admirable de los formadores, quienes están dedicados a un camino muy positivo formando buenos sacerdotes. También, al visitar el orfanato de Santa Marie Véronique en Owando, experimentamos una cálida bienvenida por parte de las niñas y religiosas, quienes nos recibieron con canciones, mostrando su alegría por nuestra visita. En este orfanato hace poco financiamos un automóvil. Tenemos muchos proyectos de este tipo en Congo Brazzaville, ya que los vehículos son indispensables, porque las distancias son muy largas y las carreteras están en muy mal estado, muchas veces incluso inundadas.
En medio de las dificultades y desafíos que enfrenta la Iglesia en Congo Brazzaville ¿cree que hay motivos para mantener la esperanza?
Es cierto que las personas son muy pobres y se sienten desesperadas e impotentes, pero mantienen su fe. A pesar de todas las dificultades, trabajan incansablemente en condiciones extremas, perseverando en su misión. Recientemente se han nombrado nuevos obispos con una actitud muy positiva y renovada. Como nos dijeron las hermanas en el orfanato el lema de la Iglesia se puede resumir en: «seguir luchando por la buena causa y la misión». Así que sí, hay esperanza.
Información tomada de: https://www.acncolombia.org/