La ciudad de Járkov está a 30 kilómetros de la frontera rusa. Desde el comienzo de la guerra, ha sido sometida regularmente a intensos bombardeos y está gravemente destruida, ¿podría describirnos la situación actual?
Vivimos día a día. Los misiles S-300 procedentes de Rusia llegan a Járkov en 39 segundos. Primero impacta el misil y luego salta la alarma antiaérea, porque todo sucede demasiado rápido. Los que viven a menos de 70 kilómetros del frente son los primeros en la línea de fuego rusa. Sin embargo, no hay ningún lugar seguro en Ucrania; los misiles pueden caer en cualquier parte.
Aquí, en Járkov, oímos constantemente la alarma antiaérea, incluso por la noche, a cada hora. La gente sigue sin atreverse a salir a la calle. Hay muchos suicidios porque la gente no ve un futuro. Las escuelas y guarderías están cerradas. Muchos niños estudian en las estaciones de metro. Sé de una profesora que se desplaza cada día a una localidad vecina donde hay conexión a internet y desde allí enseña en línea a sus alumnos, que ahora están repartidos en 18 países.
Todo está destruido, la gente ha perdido sus casas y sus hogares… Un hombre de 73 años acudió a nosotros, sin nada. Por suerte, estaba fuera cuando el misil impactó en su casa, pero se ha quedado sin nada y le compramos ropa.
¿Cuál es la situación de la Iglesia local?
Tengo una diócesis muy extensa, pero una cuarta parte está ocupada por los rusos y allí ya no hay sacerdotes. Antes de la guerra, en 2014, teníamos 70.000 creyentes en nuestra diócesis, mientras que hoy quedan 2.500.
Aunque aquí todo es inestable, hay una cosa que no cambia: tenemos que pagar los gastos corrientes de gas, agua y electricidad para que los sacerdotes y los religiosos puedan vivir. Los fieles no pueden apoyarnos porque lo han perdido todo. Por eso agradezco de todo corazón a ACN que está presente y nos ayuda. Los sacerdotes y los religiosos son insustituibles, son un signo de estabilidad y seguridad. La gente dice: «Mientras haya un sacerdote, yo también me quedo». Solo necesitan nuestra presencia. La soledad es muy difícil de soportar, sobre todo cuando se ha perdido a un ser querido.
¿Cuál es la tarea más importante de la Iglesia en esta desoladora situación?
Nuestra misión es anunciar a Cristo y Su Palabra. La oración es la mejor arma. Mucha gente se pregunta: ¿Cuándo acabará la guerra? No tenemos la respuesta, debemos seguir rezando.
No obstante, igual de importante es estar al lado de la gente, acompañarla, compartir su carga, rezar con ella, servirla. Buscar la manera de ayudarles a superar estos tiempos difíciles. Aquí no se trata solo de prestar ayuda material, sino también ayuda psicológica. Es importante que las personas entiendan lo que pasa en su interior para que no se juzguen, porque con el miedo vienen también las agresiones. Es normal que eso ocurra en situaciones de guerra, y hay que hablar de ello. Tenemos pocos especialistas y profesionales, y eso es un problema. ACN ha apoyado la formación psicológica de sacerdotes, religiosos y voluntarios para abordar estas heridas provocadas por la guerra. ¡Esto es muy importante y estamos muy agradecidos por ello!
Usted mismo fue capellán militar y en este momento es responsable de todos los capellanes militares de la Conferencia Episcopal Católica Ucraniana, ¿puede explicarnos en qué consiste su trabajo?
El capellán castrense es responsable de la atención pastoral a los hombres en el frente, pero también de sus familias. En mi diócesis tenemos 46. Cada joven en el frente es un luchador solitario que puede confiar su estado de ánimo a muy pocas personas. No se lo confiaría a un psicólogo porque no tiene confianza con él, y no se lo confiaría a su familia porque quiere protegerla. Lo que estas personas albergan en sus almas es una pesadilla, y por eso es tan importante el capellán militar, que escucha lo que pasa por la mente de estas personas. A menudo no sabe qué decir, pero está con ellos.
¿Qué experiencias le han impactado especialmente en los últimos tiempos?
Es muy difícil informar a las familias de que un hijo o un marido han caído en el frente. A veces se le pide al obispo que asuma esta tarea.
A mí me conmovió especialmente una experiencia en un pueblo cercano al frente, donde murió una mujer a la que queríamos enterrar, pero el sacerdote ortodoxo local dijo que era demasiado peligroso. Fui de todos modos. Allí, la gente era prorrusa, no querían hablar con nosotros y eran agresivos. El funeral se celebró en un sótano, sin electricidad. Repartí velas. Había unas diez personas presentes. Veía sus miradas vacías y tenía la piel de gallina. Estaba oscuro y todo era muy duro. El cadáver yacía allí, expuesto. Antes de rezar por la fallecida, empecé a rezar por la gente que tenía delante: “Dios, por favor, acude a los corazones de estas personas…”. Cuando subimos, por fin los vi a la luz del día y lloraban. La mujer que se había mostrado más agresiva al principio me pidió que volviera a rezar, y yo le pregunté por qué. Me dijo: “Mientras usted rezaba, sentí mi corazón aligerarse”. Los demás confirmaron que habían sentido lo mismo. Entonces recé y ellos repitieron mis palabras. Dios había tocado sus corazones. Entre esa gente, la guerra ha terminado. La guerra empieza en los corazones y termina allí.
Muchos han abandonado Járkov debido a los constantes bombardeos, ¿ha pensado también usted alguna vez en abandonar la ciudad?
No, yo me quedo. Este es mi lugar. La población local me necesita. Si abandono Járkov, seré el último en hacerlo.
Información de ACN Colombia