Una virtud es un hábito que perfecciona los poderes del alma y dispone al individuo a hacer el bien. Los católicos creen que al alma se le ofrece la gracia divina porque sin la ayuda de Dios los humanos, por si mismos, no pueden ser buenos. La gracia, que es la intervención de Dios, refuerza el alma de una persona otorgándole la energía necesaria para hacer lo correcto, siempre y cuando quien la reciba reconozca su valor. Los católicos creen que las virtudes preparan y disponen a la gente para que cuando se les ofrezca la gracia, estén listos para reconocerla, aceptarla y a cooperar con ella. En otras
palabras, la gracia de Dios es necesaria, pero las virtudes facilitan el trabajo.
Las virtudes cardinales son cuatro, pero no se tiene que ser un cardenal de la Iglesia Católica para poseerlas. La raíz de la palabra cardenal viene del latín cardo que significa bisagra. Estas cuatro virtudes son las bisagras sobre las que gira el resto de la vida moral:
Prudencia
Justicia
Templanza
Fortaleza
Las cuatro virtudes cardinales también se conocen como virtudes morales, para distinguirlas de las virtudes teologales de fe, esperanza y amor (caridad), que recibe el alma en el bautismo.
Realizar actos virtuosos no te convierte en una persona virtuosa. La persona virtuosa es capaz de hacer actos virtuosos porque está comprometida a hacer lo correcto por las razones correctas. Ser y hacer el bien porque es lo correcto —no por conseguir un beneficio, fama o estima— es la motivación que lleva a una persona virtuosa a realizar actos virtuosos.
La prudencia: saber qué, cuándo y cómo
Hoy en día muchas personas, sin reflexionar, hacen comentarios que, aunque ciertos, no tienen caridad y compasión sino una crueldad fría, deliberada y calculada. Es en estos casos en que la prudencia puede ayudar. La prudencia es básicamente el sentido común práctico. Es decir o hacer lo correcto en el momento correcto y de la manera apropiada. También es la habilidad de saber juzgar si vale la pena decir algo o sencillamente no hacer nada.
No se necesita un coeficiente intelectual alto para ser prudente. La prudencia, al igual que la sabiduría, no se mide en inteligencia sino en la disposición de la persona para pensar, discernir y después actuar. Por ejemplo, no es prudente pedirle a un amigo que te devuelva los $500 que te debe cuando los dos están en el velorio de su hermano. Tienes derecho a ese dinero, y él debe pagártelo,
pero la prudencia es el buen hábito de saber el momento y el lugar indicados para abordar el tema.
Digamos que tu novia tiene una mancha de mostaza en la barbilla después del almuerzo. No es prudente decir, “Yo que tú me limpiaba la cara porque te ves como una puerca repugnante”. Si lo haces así, te quedarás sin novia. En su lugar, con prudencia, puedes decidir que en ciertas circunstancias, no se debe de hablar a la gente con palabras bruscas o vulgares o con un tono de
voz áspero. La prudencia es saber qué decir, cómo decirlo y cuándo decirlo. De igual manera, la prudencia te puede ayudar a encontrar el momento indicado para decir, de la manera más adecuada, que un miembro de la familia o un amigo sufre, por ejemplo, de un trastorno alimenticio. Con prudencia, no estás siendo negligente al no decir nada, pero tampoco estás siendo rudo o grosero como si dijeras, “¡Oye, estás anoréxico! o “¡Qué gordo estás!”
Un alcohólico practica la prudencia cuando rechaza una invitación para almorzar en un bar, aunque la persona que lo invita asegure al alcohólico que no se sentarán en el bar, sino que comerán en una de las mesas. La prudencia le dice al alcohólico que es muy peligroso para él entrar a un lugar en donde el olor a alcohol está en el aire, que es frecuentado por sus antiguos compañeros de vicio y en donde tiene muchos recuerdos de haberse emborrachado. La prudencia le dice al alcohólico que rechace la invitación o que proponga una alternativa —un restaurante que no tenga un bar, o mejor aún en donde no se sirva alcohol.
La prudencia lleva tiempo y práctica. Antiguamente, cuando las buenas costumbres eran más importantes que el sueldo, las inversiones o el dinero de una persona; nobles y plebeyos, por igual, se esforzaban para mostrar respeto a sus semejantes a través de la práctica de la prudencia al hablar. Hoy en día, los buenos modales tienen dos extremos: los que son políticamente correctos por miedo a ofender o a decir algo controversial —incluso cuando alguien está en peligro— y por otro lado los francos arrebatados que dicen las cosas de manera cruda y directa con la intención de lastimar los sentimientos de las personas y obtener una reacción violenta, más que por ayudar a alguien. La
prudencia se encuentra en la mitad de los dos extremos. La gente prudente habla con la verdad cuando se necesita, de manera apropiada y sin lastimar, pero sin perder su fuerza y convicción.
Actuar prudentemente requiere de juicios maduros, elecciones sabias y ejecución correcta:
Juicios maduros: Piensa con cuidado antes de actuar o dejar de actuar.
Esta condición involucra contemplar experiencias pasadas, examinar la situación y las circunstancias actuales y considerar los posibles resultados o consecuencias de la decisión. Un juicio maduro significa que no te satisface contar sólo con la sabiduría personal. Busca el buen consejo de los demás. Puede ser la opinión de personas buenas y respetables con una buena reputación moral a las que respetes y admires. Consulta con compañeros y colegas e investiga usando documentos y fuentes de autoridad en la moral. Para los cristianos católicos esto incluye tanto la Biblia como el Catecismo de la Iglesia Católica. En cualquier caso, esto quiere decir no depender solamente de la propia experiencia y opinión personal, sino de confrontarlas y obtener buenos consejos.
Decisiones sabias: Determinar cuál de las opciones es factible y apropiada. El primer paso es obtener información y el segundo es decidir qué acciones tomar después de examinar todas las posibilidades. Puede no ser esta la ruta más fácil o más rápida, pero la prudencia te facilita decidir cuál es el camino más apropiado.
La ejecución correcta: No te demores, por el contrario lleva a término de modo rápido y total la decisión que tomaste. Hay que cuidarse de dos enemigos: el retraso y la prisa. La ejecución correcta significa que has planeado, te has preparado y sabes lo que tienes que hacer. No es ser indeciso. Es llevar las cosas a su fin.
Catolicismo Para Dummies® Publicado por Wiley Publishing, Inc. por Rev. John Trigilio Jr.,PhD, y Rev.Kenneth Brighenti,PhD Traducido por Rev. Luis Rafael Rodríguez-Hernández, MDiv
Parte III: Comportarse Como un Santo