Se cumplieron 10 años desde aquella fatídica madrugada del 27 de febrero en Chile. Un terremoto de 8.8 grados sacudió el país sudamericano, ocho minutos después un devastador tsunami cobró la vida de 525 personas y dejó a 23 desaparecidos, entre ellos, Joaquín, un niño de solo ocho años.
Helen Fajardo, la madre de Pablo y Joaquín, contó a la BBC detalles de la noche en que se le perdió uno de sus hijos, cuando el mar se llevó todo lo que encontró a su paso en la Isla Juan Fernández.
La mujer vivía a unos metros de la playa y esa noche se encontraba durmiendo con sus dos pequeños cuando escuchó los gritos de su mamá indicándole que hubo una salida de mar.
“Desperté a Pablo –su hijo mayor de 13 años- y salimos a la terraza. Vi que el bote estaba a unos 25 metros de nosotros y me acordé de lo que decía mi abuelito: que cuando viera un bote a la altura de la plaza, como este, tenía que arrancar. Entramos a la cabaña, Joaquín seguía durmiendo, siempre tuvo el sueño muy pesado, lo desperté y empezaron los gritos, las campanas y un ruido que nunca olvidaré”, contó Helen Fajardo con la voz entrecortada a la BBC.
Era un ruido ensordecedor, algo se estaba tragando a la isla, por lo que afanada, Helen salió de la cabaña con sus hijos, uno en cada mano.
“Yo quería arrancar por una escalera que daba hacia el cerro. Pero no me dio el tiempo porque esto venía entrando, era como una rastrilladora gigante… Entonces, les dije: «¡A la pieza!». Mi plan, esta vez, era salir por la ventana. Sin embargo, también se me hizo tarde. Esa muralla de agua de más de 15 metros estaba frente a nosotros. No sabía qué hacer y les grité que nos metiéramos debajo de la cama”, continúa el relato de Helen.
“Cuando sentí el golpe, los apreté fuerte y les dije: Los quiero. Solo sabía que tenía que mantenerme viva para encontrar a mis hijos», agregó.
El primero que se soltó de la mano fue Joaquín, también conocido como “Puntito” y segundos después se le soltó Pablo. La ola los llevó a los tres junto con una enorme cantidad de escombros, primero hacia el cerro y después mar adentro.
«Yo salí nadando medio ahogada. Recuerdo que no se escuchaba nada, ni un solo grito. Entonces oí a Pablo que me decía ‘mamá’. Yo le respondí, con toda mi fuerza: ‘¡Acá!’. Pero él no me escuchó. Luego, sentí que Pablo le gritaba a su hermano. ‘¡Punto, afírmate de algo!’. Él dice que en algún momento escuchó a Joaquín, pero en ese instante se empezó a mover algo por debajo, era como si varias manos te estuvieran tirando hacia abajo. Yo nadé y buceé toda mi vida, pero esto era muy fuerte, como si un gigante me hubiera puesto el pie encima”, aseguró Helen a la BBC.
Luego de dos ondas que la arrastraron hacia el fondo del mar y luego la sacaron a la superficie, en medio de escombros, golpes y cortadas en diferentes partes del cuerpo, Helen Fajardo logró subirse a una lata que flotaba sobre la marea.
“Yo solo sabía que tenía que seguir luchando y mantenerme viva para encontrar a mis hijos. La marea me paseó por la bahía, de un extremo al otro, a una velocidad impresionante. Yo estaba vestida solo con una camiseta y calzones. Mi pelo, congelado, volaba para acá y para allá. Al final, me dejó en uno de los muros, entonces intente buscar ayuda, pero no podía ni hablar, estaba muy adolorida. Mi cuerpo estaba lleno de tajos, mi espalda y mis piernas parecían acuchilladas”, agregó la chilena.
“Los niños, pensaba yo, ¿dónde están mis niños? Y fue entonces cuando alguien me alumbró y preguntó: ‘¿Quién está ahí?’. ‘Yo, soy Helen’, respondí. Él me arrastró por los escombros mientras pedía ayuda, ahí llegamos a un lugar con más gente. Pero no estaban mis niños», dijo Helen.
A la mujer la bañaron y le limpiaron las heridas, mientras que ella solo preguntaba por sus hijos y nadie le daba razón, tras un tsunami que fue catalogado como uno de los cinco más potentes registrados en el mundo.
“Unos 20 minutos después, cuando ya estaba amaneciendo, vi que mi hijo Pablo venía corriendo hacia mí y me gritaba ¡mamá! Lo abracé fuerte, le toqué su carita, tenía la nariz golpeada, estaba lleno de tajos. Pablo solo se salvó porque sabía mucho de buceo y sabía aguantar la respiración. Le pregunté: ¿Dónde está tu hermanito? ¿estaba contigo? Y me dijo que no, que no sabía, pero que no estaba en el yate. Que era otro niño”, indica la mujer en el relato.
“En ese momento por primera vez pensé que ya no lo iba a encontrar con vida… La esperanza es lo último que se pierde, pero yo estuve ahí, sentí la fuerza del agua y sabía que era muy poco probable que él estuviera vivo”.
La búsqueda se le hizo eterna, Joaquín fue buscado piedra por piedra, escombro por escombro, pero nunca apareció.
“De repente, una señora me dijo que fuera a su casa, me pasó unas botas porque mis zapatos, que no sé de quién eran, estaban llenos de barro, y ella terminó de matar mi última esperanza, me confirmó que mi niño no estaba en el yate”, sostuvo la mujer.
Un mes y medio después de la catástrofe, Helen Fajardo se fue a vivir a Viña del Mar junto a su hijo Pablo, donde tuvieron un largo proceso de superación del duelo.
No hay receta para esto, para vivir sabiendo que tengo un hijo desaparecido. A mí me faltaron cuatro segundos para salvar a mi hijo. No alcancé a tirarlo por la ventana de la cabaña.
“Si yo lo hubiese encontrado, si le hubiese dado una sepultura, la historia sería completamente distinta… me ha pasado de ir caminando y tomar a niños por atrás, pensando que es Joaquín. Es una pena tan profunda que nadie puede dimensionar”, manifestó Helen.
Joaquín Ortiz es uno de los ocho niños que desparecieron en el tsunami, él se soltó de las manos de Helen mientras peleaba con la marea y los escombros y hoy, 10 años después del evento, su historia es recordada por miles de personas en Chile y en el mundo.
Actualmente, Helen sigue trabajando para superar el trauma que la ha obligado a recurrir ayuda psiquiátrica, siendo diagnosticada con «duelo patológico» pues aún no ha logrado superar la muerte de su hijo, mientras que Pablo, el hermano mayor de Joaquín duró cinco años sin hablar ni ser él.
“Mi puntito sabía que iba a partir. El día de antes del tsunami fuimos a pescar los dos a una zona que se llama el palillo. Y ahí me dijo: ‘Tú me quieres, ¿cierto?’. Yo le respondí que sí, que lo quería. Pero no lo miré porque estaba pescando. Y ahí me dice: ‘Pero mírame. Que nunca se te olvide, yo te quiero mucho, mucho, mucho’», concluyó Helen.