En tiempo normal, una funeraria en París recibe entre 2 y 3 fallecidos por día. Pero con la epidemia del coronavirus, la afluencia es tal que no hay suficientes cámaras frigoríficas y los cuerpos se apilan en las salas de velatorio.
«En este momento tenemos 50 cadáveres. ¡Nos llegan todo el tiempo!», cuenta a la AFP Sabine, empleada en una funeraria en la capital francesa. «¡Llegan tantos féretros que no sabemos ni dónde meterlos!«, dice, con la voz quebrada.
Frente al aflujo, esta funeraria que cuenta con 32 frigoríficos no ha tenido más remedio que apiñar los cadáveres en las salas de velatorio. «Nuestros seis salones están llenos», afirma esta mujer, que prefiere no ser identificada.
En Francia, uno de los países más golpeados por el coronavirus, se han confirmado más de 2.600 decesos en hospitales por el COVID-19, aunque los expertos dicen que esta cifra podría ser mayor ya que el balance oficial no toma en cuenta a los fallecidos en residencias de ancianos, muchos de los cuales murieron sin ser sometidos a pruebas.
«No nos dicen la verdad. Muchos llegan y nos dicen que son muertes naturales, que murieron de un infarto o de una insuficiencia respiratorio, y después nos enteramos que posiblemente murieron del COVID-19«, afirma esta mujer de 35 años.
«A muchos, creemos que simplemente no les hicieron las pruebas«.
«Tenemos miedo al contagio»
En la funeraria en la que trabaja se han extremado las medidas de protección. Las instalaciones se desfinfectan todos los días y los trabajadores se protegen con gafas, batas, guantes y mascarillas, pero a ella y a sus compañeros les preocupa el abastecimiento de material.
«En este momento hay una escasez de mascarillas y los guantes que nos dieron no son los adecuados«, dice Sabine. «Tenemos muchísimo miedo al contagio», agrega.
Los féretros de los pacientes que oficialmente murieron del COVID-19 llegan a la funeraria cerrados. A estos no se los puede maquillar, arreglar, ni cambiar de ropa. Son enterrados o cremados con lo que llevaban puestos cuando murieron.
«Lo único que podemos hacer en estos casos es desinfectar los ataúdes y llevarlos a una de nuestras salas», dice esta mujer que admite estar «agotadísima» tanto física como mentalmente.
Los trabajadores de la funeraria han doblado sus turnos. «Trabajamos muchísimo más que antes. Empezamos a las 7:30 de la mañana y trabajamos hasta las 106:30 de la tarde. Dos colegas ya renunciaron, nadie quiere hacer este trabajo«, dice Sabine.
Para limitar los riesgos de contagio, la funeraria ha limitado el número de miembros de familia permitidos en las instalaciones y se ha pedido que se conmemore a los seres queridos en ceremonias breves.
«Todos los días recibimos llamadas de familiares que quieren ver a sus seres queridos, pero con el dolor en el alma les decimos que no pueden verlos, es muy duro», señala la empleada