De camino a Jerusalén, Jesús hablaba a menudo con sus apóstoles sobre el sufrimiento y la cruz que estaban ya próximos. Quería prepararlos, pero ellos tenían miedo y no podían entender que la salvación del mundo se lleva a cabo a través de la pasión y la cruz.
En nuestro camino a la Pascua de este año, también nos enfrentamos de manera especial y muy concreta a la cuestión del sufrimiento. La pandemia mundial, causada por un virus solo visible bajo el microscopio, ya ha causado la muerte de miles de personas. A través de la información diaria sobre la propagación del virus y la constante introducción de nuevas medidas de protección, todos estamos, personal y tangiblemente, involucrados en el abrumador misterio de la cruz.
Nuestros pensamientos y sentimientos están guiados por la incertidumbre, el miedo y la preocupación por el futuro. Jesús, también sentía miedo ante el sufrimiento y experimentó la angustia ante la muerte. Pero el amor por su Padre, a quien en su oración llamaba Abba, es decir papá, y el amor por las personas eran más fuertes que el miedo y la muerte. Con este amor, nos abrió la «fuente» divina de la que podemos extraer conocimiento y confianza. Dios es nuestro refugio en cada situación; de Él procede la fuerza del amor que lo soporta todo y disipa todo el miedo.
Para poder beber de esta fuente, necesitamos la oración, como los apóstoles. Jesús nos exhortó a vigilar y rezar para poder superar la prueba. A través de la oración recibimos ayuda y salvación. Aunque esta salvación, por paradójico que parezca, significa en primer lugar cruz. La cruz es el mayor signo de Jesús, es el símbolo central de nuestra fe, pues el crucificado venció al mal con su muerte en la cruz. Con el poder del amor divino transformó la muerte en resurrección; esta es la buena nueva de la cruz. Desde la Resurrección, nuestro sufrimiento está asociado a un poder divino, transformador cuando se une a la Cruz de Cristo. La cruz fue para Jesús «su hora», para ella vino al mundo. También se nos pide que hoy, en estos tiempos, veamos nuestra «hora» para mostrar nuestro amor a Dios, que nos ama en abundancia.
La cruz no solo aparece en el emblema de la Fundación ACN, sino que es la misión y el ADN de nuestra institución caritativa, que se dedica a ayudar a los cristianos que sufren y son perseguidos. Ahora, que nosotros mismos sentimos la cruz a flor de piel, debemos mirar más a la cruz de Cristo y tomar nuestra cruz firmemente en nuestras manos. Cuanto más pesada se haga la cruz, más debemos amar. Por lo tanto, si la actual crisis nos exige muchos pequeños sacrificios y a algunos les trae grandes sufrimientos, no debemos mirar nuestras propias heridas, sino la cruz de Cristo y compartir nuestra cruz con los millones de personas que, desde siempre, han vivido y siguen viviendo en una situación de necesidad y crisis. Recemos con renovado celo y un corazón puro por la salvación del mundo, practiquemos la caridad y llevemos nuestra cruz con fe. Porque solo así se puede destruir el mal y rechazar al «príncipe de este mundo». En el signo de la cruz triunfaremos.
Busquemos también refugio en la Santísima Virgen, que Jesús nos dio como madre desde la cruz, rezando fielmente todos los días su «corona», el rosario. Hace quinientos años, en 1531, dijo en Guadalupe estas palabras únicas, tiernas y consoladoras a San Juan Diego: «escucha, ponlo en tu corazón, hijo mío, el menor: que nada te espante, que nada te aflija. Que no se perturbe tu rostro, tu corazón. No temas esta enfermedad ni ninguna otra enfermedad ni angustia. ¿No estoy aquí yo, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos? ¿No estás en mi regazo? ¿Tienes necesidad de alguna otra cosa?». Sí, su Inmaculado corazón, que sufrió bajo la cruz con el Señor, triunfará al final sobre el mal.
Fuente: Lacuarentena.co/ – ACN