Steve, auxiliar médico en el noreste de Inglaterra, contrajo el coronavirus hace dos meses. Después se enfermó su esposa. Ambos se recuperaron, pero les estresaba el temor de infectar a sus dos hijos. El COVID-19 pasa también factura a nivel psicológico.
«Cuando regresé al trabajo no lograba dormir bien, porque me preocupaba poder llevar todavía el virus a casa y que aún pudiera volver a contraerlo», explica este británico de 46 años.
«Nunca pensé que tendría que trabajar en primera línea de una pandemia. Desearía que todo fuera un sueño y que al despertar el mundo volviera a ser como antes».
Médicos, enfermeros y auxiliares son considerados héroes de esta crisis sanitaria. Pero el estrés y la ansiedad por tener que trabajar en un entorno tan intenso de enfermedad y muerte se han convertido en algo común entre ellos.
Los organismos profesionales de los países más afectados en Europa buscan ahora darles mayor apoyo para hacer frente al impacto psicológico.
«Tenemos aquí todos los ingredientes de riesgo de trastorno de estrés postraumático», explica Xavier Noel, psicólogo clínico de Bruselas.
El personal de cuidados intensivos «se ha enfrentado a una tasa de mortalidad y a una forma de morir totalmente inusual, en un contexto más deshumanizado, sin la presencia de familias que los apoyen», subraya.
Depresión y riesgo de suicidio
Europa contabiliza oficialmente cerca de 175.000 muertes y la batalla al coronavirus se ha cobrado un precio muy alto.
En España, más de 50.000 trabajadores de la Sanidad dieron positivo en las pruebas de COVID-19, 22% del total de casos del país, según datos del gobierno.
La ansiedad está muy extendida, señala un estudio de la Universidad Complutense de Madrid, según el cual algo más de la mitad de los 1.200 médicos interrogados en la capital y sus alrededores presentaban «síntomas depresivos».
Una cifra similar, el 53%, mostraba signos «compatibles con estrés postraumático».
«Estimamos conveniente una rápida intervención psicológica sobre este colectivo», dijeron los autores del informe, Lourdes Luceño Moreno y Jesús Martín García.
Porque «de producirse la tan temida segunda oleada, nos vamos a encontrar con unos profesionales dañados emocionalmente y con un sistema sanitario sin capacidad de respuesta», advirtieron.
También la Universidad Católica del Sagrado Corazón de Milán encontró que siete de cada diez profesionales de la salud en las regiones más afectadas de Italia estaban extenuados y nueve de cada diez habían sufrido estrés psicológico.
Muchos informaron de un aumento de la irritabilidad, problemas de sueño y terrores nocturnos, así como crisis emocionales. La investigadora Serena Barello dijo que el estrés normal de la profesión se había exacerbado por el aumento de la carga de trabajo, las difíciles condiciones y la incertidumbre.
Eso puso su salud «en grave riesgo, no sólo físicamente sino también emocional y psicológicamente», añade.
En Francia, una asociación de apoyo al personal sanitario dijo recibir más de 70 llamadas diarias: varias de ellas se consideraron indicativas de «un riesgo inminente de suicidio».
En Bélgica, estudios señalan que se ha duplicado el número de trabajadores sanitarios que han pensado en dejar la profesión, y los niveles de infelicidad son cuatro veces más altos de lo habitual.
Etiqueta de «héroe» añade presión
En el Reino Unido, segundo país del mundo con más muertes por covid-19 tras Estados Unidos, la única organización que ofrece ayuda psicológica para el personal sanitario de primera línea también dio la voz de alarma.
La Fundación Laura Hyde, creada en memoria de una enfermera que se quitó la vida en 2016, asegura que se había visto inundada de llamadas de enfermeros, médicos y paramédicos.
La semana pasada, lanzó la campaña «No hay máscara para la salud mental», con el objetivo de concienciar sobre el impacto psicológico.
«El personal sanitario se ha sentido realmente conmovido por todo el aprecio que ha recibido», dice Jennifer Hawkins, responsable de la fundación.
«Pero la etiqueta de ‘héroe’ puede, a veces, ponerlos bajo una presión aún mayor», advierte.
«La dura realidad de su trabajo está teniendo un impacto significativo en la salud mental, y debemos hacer que los profesionales médicos no sufran en silencio; que se prescriban a sí mismos lo que prescribirían a otros y que pidan ayuda», afirma.