Mientras la economía peruana está semiparalizada desde hace 80 días por la pandemia del nuevo coronavirus, Genaro Cabrera, fabricante de ataúdes de Lima, cuadriplicó sus ventas.
«No pensaba trabajar a tal extremo por esta pandemia», dice Cabrera en su negocio situado en el populoso distrito limeño de San Juan de Lurigancho.
Junto a su esposa y veinte operarios, este pequeño empresario de 52 años hace ataúdes de madera y acero, cuya demanda se ha disparado debido al covid-19, que tiene a los hospitales de Lima al borde del colapso.
«Estamos full (repletos) en pedidos. Hasta me quieren hacer depósitos adelantados. Antes de la pandemia fabricábamos 100 ataúdes al mes, ahora en solo una semana llegamos a ese número», dice Gesarela Llanos, la esposa de Cabrera.
«Algunos de mis trabajadores dejaron de venir por temor a contagiarse. Tengo seis vecinos que se han muerto por la pandemia», dice Cabrera.
Entre sus empleados hay cuatro migrantes venezolanos, quienes se encargan del acabado de los ataúdes.
Tentando a la muerte
Perú, que tiene 33 millones de habitantes, es el segundo país latinoamericano, después de Brasil, con más afectados por covid-19: más de 178.000 casos confirmados y más de 4.800 muertos. En decesos, se ubica tercero, detrás de Brasil y México.
La pandemia arruinó a muchas empresas peruanas, pero hizo florecer algunos negocios ligados a la salud y la muerte, como la producción de ataúdes y los servicios de crematorios.
«Todos los días tentamos a la muerte», dice a la el venezolano Jhoan Faneite, quien recoge cuerpos de víctimas del coronavirus para llevarlos a un crematorio.
«Al comienzo teníamos miedo, pero ahora me enfoco (en el trabajo), pongo mi mente en blanco para no tener ese tipo de sentimientos», agrega Faneite, de 35 años, uno de los 21 venezolanos que labora recogiendo cadáveres desde casas y hospitales para llevarlos al crematorio Piedrangel, en el sur de Lima, donde son incinerados.
Con trajes negros y mascarillas, estos migrantes que huyeron de la crisis en su país acuden diariamente a hospitales o a modestas casas de los cerros de distritos marginales de Lima a retirar los cuerpos. Los colocan en féretros y los llevan al crematorio.
«Nos llaman ‘caza Covid’, ‘el grupo de la muerte’, ‘soldados Covid’, indica el venezolano, quien vive con su esposa y tres hijos en el populoso distrito limeño del Agustino desde marzo del 2018.
El crematorio Piedrangel contrató a venezolanos porque los trabajadores peruanos no quieren cumplir esta labor por temor a contagiarse.
«Todo lo que es el recojo de cadáveres para cremaciones, el 90% los realizan los venezolanos. Nuestros trabajadores peruanos no querían trabajar cargando cuerpos por temor», dice Roberto González, el propietario del crematorio privado.
«Los más avezados son los venezolanos, no se han corrido», indica González, cuyo crematorio incinera un centenar de cuerpos a la semana, de lunes a domingo.
Además de los 21 que retiran los cuerpos desde las casas, otros migrantes venezolanos laboran en los hornos del crematorio.
«Gracias a Dios no se han infectado. No tenemos ningún caso (de covid-19), ojalá que hasta que pase esto (la pandemia) siga así», expresa González.
En el crematorio Piedrangel, en el populoso distrito de Chorrillos, hay siete hornos a gas licuado que trabajan sin parar las 24 horas. Tiene 140 operarios, que se dividen en tres turnos diarios, los siete días de la semana.
González presta servicios al Ministerio de Salud y al Seguro Social de Salud. Sus empleados se encargan de embolsar los cuerpos, desinfectarlos y ponerlos en un ataúd, antes de ser llevados en un vehículo hasta al crematorio.
La empresa recogió en marzo a la primera víctima de coronavirus, un psicólogo del acomodado distrito de Miraflores. Desde entonces, más de 2.000 cuerpos han sido incinerados en sus hornos.
«Jamás pensé vivir algo así. A diario recogemos entre 70 y 150 cadáveres para ser incinerados», dice González. Antes de la pandemia eran cremados 15 cuerpos al día.