Susana Somali y su equipo cortan los hilos de plástico y liberan a decenas de perros que fueron vendidos o abandonados durante la pandemia en Yakarta, la capital indonesia, y que iban a terminar en una carnicería.
Esta médica indonesia ha creado un gran refugio en Yakarta en el que viven unos 1.400 perros. Los canes son víctimas de los problemas económicos de sus amos, muchos de los cuales se vieron obligados a abandonarlos o a venderlos por su carne, apreciada por parte de la población de ese país del sureste asiático.
Susana Somali y su equipo recorren las calles en busca de perros vagabundos y, en cuanto les avisan de que se va a efectuar un reparto en alguna carnicería, van corriendo hacia allí.
La doctora, que durante el día trabaja en un laboratorio de hospital donde se analizan los tests de la COVID-19, abrió su refugio en un barrio rico de la capital indonesia hace una década.
En aquel momento, solo salvaba a uno o dos perros cada semana de caer en alguna carnicería. Pero en los últimos tiempos ese ratio a aumentado a más de 20 perros semanales.
Susana Somali, de 55 años y madre de dos hijos, a menudo tiene que negociar con los carniceros y ofrecerles dinero o carne de otros animales para que liberen a los canes.
«La verdadera batalla no es salvarlos del carnicero, aunque eso sea arriesgado. El desafío es ocuparse de estos perros durante la pandemia», subraya.
Apiadada por una perrita Susana Somali y su equipo de una treintena de personas del Refugio para Animales de Pejaten no lo tienen fácil para hacer frente al coste de cuidar a tantos animales, mientras que los donativos escasean.
El refugio necesita unos 29.000 dólares al mes, contando los sueldos de los empleados y el predio de media tonelada de carne diaria para alimentar a los perros.
En el complejo, de 54.000 metros cuadrados, conviven canes de múltiples razas, desde huskies a pitbulls o pastores alemanes.
Somali abrió el refugio en 2009. Se decidió a salvar a los perros tras haber visto el video de una perra, preñada, que iba a ser sacrificada.
«Alguien publicó las imágenes de ese perro llorando en las redes sociales y los ojos se me empañaron», recuerda.
«En ese momento me di cuenta de lo que hacían los carniceros».
Este mes, la doctora y su equipo salvaron a varias decenas de cachorros destinados a un restaurante coreano, pero no siempre llegan a tiempo.
Las asociaciones de protección de animales calculan que alrededor de un millón de perros son abatidos cada año en Indonesia. Solo en la capital, Yakarta, hay al menos un centenar de restaurantes que sirven esta carne, según cifras oficiales.
El perro es una especialidad culinaria apreciada principalmente por las minorías no musulmanas.
Los musulmanes, que conforman el 90% de la población, casi nunca tienen perros como mascota, porque el perro está considerado impuro por el islam.
Para Ria Rosalina, una musulmana que trabaja en el refugio, no siempre ha sido fácil explicar porqué se dedica a rescatar perros.
«Mucha gente me ha preguntado porqué me ocupaba de los perros si llevo hiyab», comenta. «Pero yo me burlo. Les digo que los perros fueron creados por Dios, como los humanos».
Traficantes de carne
Los traficantes de carne también plantean un problema creciente en otras regiones del archipiélago.
«Los animales están ahora más amenazados. Las personas con bajos ingresos pueden verse tentadas a vender a sus animales de compañía«, indica Katherine Polak, veterinaria en la asociación Four Paws.
Desde hace varios años, los activistas piden al gobierno que prohíba la venta de carne de perro.
«Poner fin a la comercialización de la carne de perro sería un sueño, pero todo empieza con un sueño», señala Susana Somali, que se declara decidida a «seguir luchando».