Cuando pensamos en la misión, nos vienen a la mente lugares lejanos, altas montañas, densas junglas y terrenos escabrosos; pero la verdadera geografía de la misión está en los corazones y las almas. Para explorar sus profundidades y alturas se requiere un espíritu explorador especial, y las religiosas lo tienen. Su sensibilidad para con las preocupaciones, sentimientos y pensamientos de las personas constituye su papel especial en la actividad misionera.
Una de las babushkas (abuelitas) que conocí en Siberia, donde trabajé en tiempos de la Unión Soviética, describió en pocas palabras el vínculo interno entre las religiosas y los miembros de la comunidad de creyentes que atendían: “Totalmente para Dios y totalmente para nosotros” . Como sacerdote misionero, que por la gracia de Dios ha podido trabajar al lado de estas mujeres durante muchos años, no puedo menos que confirmarlo. Actualmente, contamos con seis Hermanas Franciscanas Maestras aquí en Kirguistán, y aunque todavía no haya escuelas católicas, el carisma y el espíritu de San Francisco son palpables en su incansable esfuerzo por despertar entusiasmo por Dios en la gente, tanto en creyentes como en personas que buscan. Con su alegría, oración y devoción, son verdaderos testigos del especial amor de Dios por los pequeños y los pobres.
Para mí, como misionero, siempre ha supuesto una gran alegría e incluso un gran consuelo comprobar el amor con el que las Hermanas se relacionan con la gente. Se trata de una relación especial o, como diría la babushka, “una pertenencia recíproca”. Este vínculo abre los corazones, y esta profunda confianza genera también una autoridad moral. Finalmente, esta dinámica única en la relación se torna particularmente evidente en la vocación de las Hermanas en la Iglesia.
Un Obispo de una diócesis misionera vecina ha resaltado a menudo la diferencia que se percibe cuando hay religiosas: la vida de fe es más profunda y activa. Y cuando nuestros sacerdotes hablan de la importancia del trabajo de las Hermanas en sus parroquias, siempre llegan a la misma conclusión: sin su esmero, sin su ayuda siempre disponible, sin su acompañamiento sostenido por la oración y sin su testimonio visible de Cristo, la cosecha de la misión sería mucho más pobre, incluso escasa. Uno ha dicho: “Las Hermanas preparan el corazón de niños y creyentes para el encuentro con Jesús, y entonces, cuando el Señor viene en los Sacramentos, en la Palabra y en la comunidad, se encuentra con corazones abiertos y puros. ¿Qué podría ser más beneficioso para la misión?” . El ejemplo de las Hermanas infunde valor también en mí-, y por ello le estoy infinitamente agradecido a Dios. Mons. Anthony Corcoran.
Fuente y foto: ACN Colombia