En Pakistán, Shafique Masih lleva casi dos décadas viviendo oculto, a pesar de haber sido absuelto por blasfemia en 2001. Masih fue uno de los dos cristianos acusados de insultar al islam durante protestas en Faisalabad, provincia de Punjab, en mayo de 1998, provocadas por la condena a muerte de un cristiano bajo la ley antiblasfemia. Masih trabaja como soldador en un taller alquilado y vive con su familia en una casa de acogida construida por la Comisión Nacional de Justicia y Paz (CNJP) de los obispos católicos. Este padre de tres hijos y cuatro hijas ha relatado a ‘Ayuda a la Iglesia Que Sufre’ (ACN) su dura experiencia.
“Por aquel entonces, tenía un taller de soldadura en un pueblo cerca de Faisalabad donde compartía el contador eléctrico con otras dos personas, entre ellas, Majeed, un musulmán que tenía una tienda con tandoor (horno de barro) y vendía chapattis (pan árabe local). Majeed llevaba tres meses sin pagar la cuenta argumentando que yo utilizaba más electricidad. Tuvimos acaloradas discusiones sobre la factura de la electricidad unas cuantas veces.
Estaba a punto de recibir un encargo de 300.000 rupias (1.810 dólares) para hacer unas 25 persianas metálicas para un mercado. Majeed, envidioso por el proyecto propuesto, me acusó de participar en las protestas contra la ley antiblasfemia en Faisalabad y de hablar despectivamente del profeta Mahoma.
El 31 de mayo de 1998, estando yo trabajando en el taller, unos hombres se reunieron frente a la tienda. Mis empleados me advirtieron que estaban hablando de las acusaciones en mi contra. Mis allegados me sugirieron que cerrara la tienda y que me fuera a casa para evitar problemas. A las cuatro y media de la tarde, las mezquitas de los alrededores instaron a todos a apagar las radios y televisores para escuchar un anuncio importante: ‘una persona ha insultado al santo profeta’, proclamaron.
Una turba, armada con antorchas encendidas y palos, se reunió esa misma noche frente a mi casa y amenazó con prenderle fuego. Majeed me llamó, salí y la turba me arrastró hasta el cruce principal donde cientos de personas procedentes de las aldeas de los alrededores comenzaban a reunirse. No tenía escapatoria.
Temiendo por mi vida, unos conocidos me encerraron en una escuela en las afueras del pueblo. Al poco tiempo, oímos disparos mientras intentaban forzar la puerta de la escuela. El dueño de una fábrica llamó a la policía, que llegó a la escuela a la media hora. Para evitar un ataque a la comisaría, me llevaron a la cárcel central de Faisalabad esa misma noche.
Los tres años en prisión fueron un infierno. Varias veces, mis compañeros de prisión intentaron asesinarme en mi celda. A veces, dejaban deliberadamente abierta mi cerradura para que cualquiera pudiera atacarme. Fui condenado en dos casos con sentencias de cinco y siete años respectivamente. Doy gracias a Dios por mi libertad.
Tras mi liberación en 2001, fui acogido por un sacerdote que me atendió como a un hijo y se ocupó de todas las necesidades de mi familia, especialmente, en fiestas como la Navidad y la Pascua. En 2003, nos trasladaron a esta casa de acogida de dos habitaciones de un barrio residencial. No teníamos electricidad ni había tiendas alrededor. Los mosquitos nos invadían todas las noches.
Cuatro de mis hijos han nacido aquí. Los más pequeños, gemelos, de 12 años de edad, me ayudan en el taller de soldadura porque tengo cataratas en el ojo izquierdo. Debido a la pandemia, no hay mucho negocio. Además, nuestra casa se está desmoronando: la pared del patio trasero se derrumbó con las lluvias monzónicas del año pasado, nuestro terreno está inundado con agua de drenaje y tuve que pedir un préstamo para reconstruir el retrete.
Estoy muy agradecido a la CNJP por proporcionarme un abogado, este refugio y el equipo de soldadura. Mi hija mayor, de 20 años, se casó el año pasado. Asistimos regularmente a la iglesia católica que hay a la vuelta de la esquina. Yo toco el armonio para el coro y me reúno con mis amigos en una tienda de reparación de instrumentos musicales. A veces visito a mis hermanos en el pueblo de Bagywal, pero solo por la noche.
Aquí se abusa de la ley antiblasfemia para atacar a inocentes. Si te quedas callado empiezan a sospechar, pero si intentas responder a sus acusaciones tergiversan tus declaraciones. Esto debe terminar. Ahora, ya solo temo por el porvenir de mis hijos porque todos ellos han abandonado la escuela”.
Fuente y foto: ACN Colombia