El «laboratorio» es el seminario, donde no sólo se construye el intelecto, sino sobre todo el corazón, la fibra misma, humana incluso más que cristiana, del hombre llamado a ser pastor de almas. Un camino, el de la formación sacerdotal, que la Congregación para el Clero cuida con especial atención en el marco de una actividad que abarca y administra todos los aspectos de la vida de un ministro de Dios en sus diversas articulaciones, con un presupuesto misionero anual de unos 2 millones de euros (cifra de 2021). El Cardenal Beniamino Stella, Prefecto del Dicasterio, explica el trabajo de sus colaboradores en el camino indicado por el Papa Francisco, el de una Iglesia servida y animada por inteligencias y brazos que reavivan, en cualquier parte del mundo, la figura del buen samaritano.
La Carta escrita el 4 de agosto de 2019, con motivo del 160 aniversario de la muerte del Cura de Ars, representa una pequeña «summa» pastoral y espiritual del magisterio del Papa Francisco sobre el sacerdocio; ¿cuál es el identikit del sacerdote que se extrae de ella?
R. – El Papa Francisco está siempre muy atento a los sacerdotes y a su ministerio. De hecho, les ha hablado en varias ocasiones, destacando ciertos aspectos de la vida sacerdotal. La Carta con motivo del 160 aniversario de la muerte de San Juan María Vianney es un regalo especial del Santo Padre, que se dirige a los sacerdotes partiendo, en primer lugar, de su propia experiencia vital. Leyendo el texto del Papa, parece que «ve» a sus «hermanos sacerdotes», que «sin hacer ruido» lo dejan todo para comprometerse al servicio de las comunidades y trabajar «en las trincheras», expuestos a las más variadas situaciones, poniendo «la cara», pero sin darse «demasiada importancia, para que el pueblo de Dios sea cuidado y acompañado».
El Papa Francisco ofrece así un identikit «existencial» del sacerdote. No habla, en efecto, de un sacerdote ideal, que no existe, sino que se dirige en realidad a la multitud de sacerdotes que «en muchas ocasiones, de manera silenciosa y sacrificada», comprometiéndose en el «servicio a Dios y a su pueblo», en el anuncio del Evangelio, en la celebración de los Sacramentos y en el testimonio de la caridad, escriben «las páginas más bellas de la vida sacerdotal». A pesar de los pecados e incluso a veces de los delitos de algunos miembros del clero, sobre los que el Santo Padre no se calla, señala que hay «muchos sacerdotes que, de manera constante e integral (…), hacen de su vida una obra de misericordia».
Precisamente la misericordia, dice el Santo Padre, después del don de la propia vida, es otra «cualidad exquisita» del sacerdote, que lo configura con Cristo Buen Pastor. Es una actitud alegre, que saca su fuerza de la oración y de los sacramentos, que se concreta en la comunión con el Obispo y sus hermanos, que se realiza en el entusiasmo por la evangelización y que, en la perseverancia y la «paciencia», se convierte en proximidad y cercanía «a la carne del hermano que sufre».
Otra característica indicada por el Santo Padre es la «valentía sacerdotal», que la Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis sitúa dentro de la necesaria madurez humana exigida a los candidatos a las órdenes sagradas. El Papa Francisco explica que el ministerio sacerdotal no es inmune «al sufrimiento, al dolor e incluso a la incomprensión», que son medios de configuración con Cristo, cuando se asumen y se integran en el camino de la fe y de la oración, a través del cual el sacerdote, huyendo de la acedia -que el Papa llama «tristeza dulcificada»-, permanece «ante el Señor», que cura su corazón herido y lava sus pies ensuciados por la «mundanidad».
Finalmente, el identikit que ofrece la Carta, al describir, sin citarla, la experiencia de santidad del Cura de Ars, hace explícitos «dos vínculos constitutivos» de la identidad sacerdotal: el vínculo personal, íntimo y profundo con Jesús, y el vínculo con el Pueblo de Dios. La actitud que el Santo Padre propone para concluir, siguiendo el ejemplo de la Madre de Dios, es la alabanza. Podríamos decir, resumiendo los rasgos de la vida sacerdotal presentados en la Carta, que el Papa Francisco pide a los sacerdotes de hoy que sean sacerdotes del Magnificat.
Para el Pontífice, «la renovación de la fe y el futuro de las vocaciones es posible sólo si tenemos sacerdotes bien formados». ¿Qué espacio ocupan los temas de la pastoral vocacional y la formación permanente del clero en el trabajo de la Congregación?
R. – La Congregación para el Clero ha dedicado tiempo y energía a la redacción de la Nueva Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis, publicada el 8 de diciembre de 2016, que, por tanto, a finales de 2021 habrá cumplido cinco años de vigencia. Es precisamente el «don de la vocación al presbiterado, puesto por Dios en el corazón de algunos hombres, lo que compromete a la Iglesia a ofrecerles un camino serio de formación». El Papa Francisco, en su encuentro con la Congregación con motivo de la Asamblea Plenaria de 2014, definió la formación como «custodiar y hacer crecer las vocaciones para que den frutos maduros». De hecho, son un diamante en bruto, que hay que trabajar con cuidado, respeto a la conciencia de las personas y con paciencia, para que brillen en medio del pueblo de Dios.» En la perspectiva de la Ratio, la formación sacerdotal es única, comienza en el seminario (Formación Inicial), y continúa durante toda la vida del sacerdote (Formación Permanente).
La Congregación, por tanto, acompaña a las Conferencias Episcopales, y a veces también a las diócesis individuales, en la promoción de la formación inicial y permanente del clero. Una ocasión propicia para el diálogo en este sentido con los Obispos de los distintos países del mundo son las periódicas Visitas ad limina, momento en el que, además de tratar otros temas diversos relacionados con las competencias del Dicasterio, se da amplio espacio al tema de los seminarios y a los caminos de formación permanente del clero. La Congregación insta a la realización de proyectos de formación y acompaña los caminos iniciados ofreciendo indicaciones tanto de método como de contenido.
Por último, la Congregación presta especial atención a las vocaciones sacerdotales, instando a la creación y promoción en cada diócesis, o a nivel regional o nacional, de los Centros adecuados, fomentando las iniciativas de oración y, finalmente, apoyando a los Obispos como primeros responsables de las vocaciones al sacerdocio. Es una convicción compartida, en efecto, que la presencia en las comunidades de clérigos formados humana, espiritual, intelectual y pastoralmente, según las conocidas cuatro dimensiones presentadas por Pastores dabo vobis, contribuirá significativamente a crear un clima espiritual adecuado para el crecimiento de nuevas vocaciones.
¿Cómo se articula la actividad del Dicasterio y cuáles son los gastos de gestión que le permiten sostener los objetivos de la «misión» que le ha sido confiada?
R. – Como la palabra Congregación sugiere, el Dicasterio está compuesto por una pluralidad de personas que colaboran en el servicio del clero. Algunos Cardenales, Arzobispos y Obispos, designados por el Santo Padre tanto de la Curia Romana como de distintas partes del mundo, están llamados a ser miembros de la Congregación, garantizando así su alcance universal. Un Cardenal Prefecto preside la Congregación, asistido por dos Arzobispos secretarios, uno de ellos encargado de los seminarios, y por un subsecretario. En el Dicasterio hay 27 sacerdotes y 4 laicos. Además, cuando es necesario, colaboran con el Dicasterio varios consultores (teólogos, canonistas, psicólogos, juristas), tanto clérigos como laicos.
La actividad de la Congregación para el Clero se divide en cuatro Oficinas. La Oficina del Clero, además de los numerosos casos «disciplinarios» y de apoyo a las Iglesias particulares, examina las quejas y responde a las peticiones de los Obispos y clérigos. Un ámbito significativo es el de los «Recursos Jerárquicos», por ejemplo contra la supresión de parroquias, como expresión de la libertad de los fieles para «dialogar» con la autoridad cuando se sienten agobiados por algún acto de gobierno y no es posible, a pesar de los intentos, llegar a una solución pacífica de otra manera. A través de las «Facultades Especiales» concedidas al Dicasterio, la Congregación puede despedir, por razones muy graves, a presbíteros y diáconos del estado clerical. Del trabajo y la experiencia de la Oficina del Clero surgió la reciente Instrucción La conversión pastoral de la comunidad parroquial al servicio de la misión evangelizadora de la Iglesia (20 de julio de 2020).
La Oficina de Seminarios se ocupa de la promoción de las vocaciones y apoya a los Obispos diocesanos y a las Conferencias Episcopales en el ámbito de la formación sacerdotal, tanto inicial como permanente, especialmente en los seminarios. Promueve el conocimiento y la aplicación de la Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis y acompaña a los episcopados locales en la redacción de la Ratio Nationalis, que luego debe ser aprobada por la Congregación para el Clero. También es responsable de los Colegios e Internados Sacerdotales de Roma. La Oficina Administrativa, considerando que la propiedad de todos los bienes eclesiásticos está en todo caso «bajo la Suprema Autoridad del Romano Pontífice», es uno de los instrumentos de los que se sirve el Santo Padre para velar por la correcta administración del patrimonio de la Iglesia. El Dicasterio también ejerce esta función cuando se trata de conceder la necesaria Licencia ad validitatem para determinados actos de enajenación de bienes. La Oficina de Dispensaciones se ocupa de aquellos clérigos que han abandonado el ejercicio del ministerio y pretenden reconciliarse con Dios, con la comunidad eclesial y también con su propia «historia». La concesión de la dispensa -reservada al Santo Padre- no es un derecho, sino una gracia, concedida caso por caso, como signo de misericordia, cuando la situación de abandono del ministerio y de pérdida de identidad por parte del clérigo parece ya irreversible.
En cuanto a los gastos de gestión, deben atribuirse a los sueldos del personal y a los gastos de funcionamiento, y se cubren con los ingresos procedentes de las Actividades Institucionales (la concesión de Rescriptos con referencia a la ordenación de los bienes eclesiásticos, las dispensas de las obligaciones sacerdotales y diaconales y la aplicación de Facultades Especiales). Por último, los cursos de formación que ofrece el Dicasterio se financian en parte con una aportación simbólica de los alumnos, y el resto a través de la generosidad de otras entidades, entre las que se encuentra, en su mayor parte, la Pía Fundación Pontificia «Ayuda a la Iglesia Necesitada».
La cuestión del celibato sacerdotal vuelve cíclicamente al centro del debate de la Iglesia. El Papa Francisco ha reiterado en varias ocasiones su valor como «don» y -haciendo suya una clara postura de San Pablo VI- siempre ha excluido un cambio en la actual disciplina eclesiástica. ¿De qué manera la Congregación relanza el Magisterio del Papa y promueve la reflexión entre los sacerdotes sobre el valor de la opción celibataria?
R. – El tema de la vida célibe de los sacerdotes surge cíclicamente, también porque es un «signo de contradicción» respecto a la mentalidad mundana, como lo es el matrimonio fiel, indisoluble y abierto a la vida. Además, las incoherencias y a veces incluso los delitos de los sacerdotes podrían hacer pensar que el problema radica precisamente en el hecho de que el sacerdote es célibe. Sin embargo, los Pontífices del último siglo han reafirmado y motivado, incluso en tiempos no fáciles, el valor del celibato como donación total a Dios y, en consecuencia, como espacio de libertad para el ministerio.
La Congregación para el Clero contribuye a la reafirmación de este valor en primer lugar con un trabajo constante de estudio, por así decirlo, interno: los funcionarios -teólogos, canonistas, psicólogos, formadores- se aplican a un examen continuo del tema, con la contribución de los Miembros y Consultores, para que la elección del celibato sea comprendida en su autenticidad pero también en su actualidad. El fruto de este trabajo se presenta en los Cursos promovidos por el Dicasterio y compartidos con las Conferencias Episcopales, con los Formadores de los Seminarios y con las Universidades. Un aspecto fundamental es la formación para el celibato sacerdotal. La formación al celibato sacerdotal, en efecto, no puede limitarse al tiempo del seminario (formación inicial), sino que debe continuar a lo largo de toda la vida del sacerdote (formación permanente), para que los presbíteros asuman y renueven constantemente su conciencia de estar «enraizados en Cristo Esposo y totalmente consagrados al servicio del Pueblo de Dios», precisamente entendiendo «el celibato como un don especial de Dios», según la enseñanza de la Ratio, n. 110.
No se trata, sin embargo, de observar exteriormente una pura disciplina, sino de captar y asimilar siempre y de nuevo, como ya exhortaba San Juan Pablo II en Pastores dabo vobis, n. 29, «la motivación teológica de la ley eclesiástica sobre el celibato». Se trata, por así decirlo, de vivir un misterio, que tal vez «no es dado a todos entender» (Mt 19 11-12), pero que precisamente por ello exige una profunda madurez humana y espiritual, que la Congregación se compromete a promover a través de los diversos canales de formación y apoyo a las Iglesias locales. Hay una bella imagen utilizada por el Papa Francisco en la Exhortación Apostólica Postsinodal Querida Amazonia, en el n. 101: «Jesús se presenta como el Esposo de la comunidad que celebra la Eucaristía, a través de la figura de un hombre que la preside como signo del único Sacerdote.» Por eso el sacerdote célibe no sólo representa, sino que vive, podríamos decir, la representación viva de «este diálogo entre el Esposo y la Esposa«.
El tema de los abusos a menores por parte de sacerdotes sigue siendo una herida abierta en el corazón de la Iglesia. ¿Cuál es la contribución específica que su Dicasterio puede ofrecer a la labor de prevención y erradicación de este doloroso fenómeno?
R. – La prevención de estos delitos por parte de los clérigos se encuentra en una cuidadosa formación sacerdotal. Hay que precisar, sin embargo, que la formación no significa simplemente la comunicación de conceptos, desde el punto de vista de la información o de la actualización, sino -tanto en el seminario como después de la ordenación- una formación integral, es decir, relativa a todos los aspectos de la persona, incluyendo también la dimensión humana en los aspectos de la afectividad, la sexualidad y la voluntad. El seminarista, primero, y el sacerdote, después, están llamados a crecer armónicamente como hombres dotados de un sano equilibrio psicológico, de madurez afectiva y de capacidad relacional.
La Congregación para el Clero propone este tipo de educación de la personalidad en los seminarios y en los cursos de formación permanente del clero. La Ratio, de hecho, reclama «la mayor atención» en este campo, excluye de las órdenes sagradas a quienes «hayan estado de alguna manera implicados en delitos o situaciones problemáticas en este ámbito», y prevé «en el programa de formación, tanto inicial como permanente» unas adecuadas «lecciones, seminarios o cursos específicos sobre la protección de los menores», interesándose también «por ámbitos de posible explotación o violencia» como «por ejemplo, la trata de menores» o «el trabajo infantil» (Ratio, 202). La figura del sacerdote que propone la Ratio Fundamentalis, en este sentido, es la de un Padre y Pastor que se ocupa de los fieles, defensor de los más pobres y más débiles.
En 2013, la Congregación recibió la responsabilidad de los seminarios. ¿En qué ámbitos y de qué manera se lleva a cabo este trabajo?
R. – El Santo Padre Benedicto XVI, con el motu proprio Ministrorum Institutio, del 16 de enero de 2013, ha querido que la Congregación para el Clero se ocupe de todo lo que concierne a la formación, vida y ministerio de los sacerdotes y diáconos, con vistas a la unidad de la materia. Desde 1992, en efecto, la Exhortación Apostólica Pastores dabo vobis había permitido superar una concepción de la formación identificada casi exclusivamente con el aspecto intelectual y orientada a la superación de exámenes y a la obtención de títulos. La novedad del documento, por otra parte, consistía en presentar en primer lugar una formación integral, es decir, incluyendo, en armonía, cuatro dimensiones: intelectual, espiritual, pastoral y humana. En segundo lugar, pues, una formación única y continua, dividida en dos fases. La primera es en el seminario, como formación inicial que luego continúa a lo largo de la vida del sacerdote en la segunda fase, es decir, la formación permanente.
En este sentido, la transferencia de competencias surgió en 2013, seguida, en 2016, por la nueva Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis. De este modo, las cuatro Oficinas de la Congregación, distinguidas por las necesidades de trabajo, trabajan conjuntamente en favor del clero. De manera particular, las peticiones que surgen de la vida concreta de los sacerdotes contribuyen a estructurar caminos de formación más acordes con la realidad y que respondan a las experiencias del tiempo presente. En la práctica, el Dicasterio acompaña a las Conferencias Episcopales en la elaboración de una Ratio Nationalis, es decir, de unas directrices para la formación sacerdotal que, partiendo de las indicaciones para la Iglesia Universal contenidas en la Ratio Fundamentalis, reflejen más adecuadamente la historia, la cultura y los retos de cada país. Además, la Congregación es competente para los seminarios interdiocesanos, para su erección, supresión y unificación, así como para la aprobación de sus estatutos y el nombramiento de su rector, a propuesta del episcopado local.
Un ámbito de particular importancia en este sentido es el de las Visitas Apostólicas ordinarias a los Seminarios, que son necesarias para mantener un diálogo e intercambio constante entre las Iglesias particulares y la Iglesia universal. Para garantizar este espíritu, la Oficina de Seminarios promueve el diálogo con las Comisiones Episcopales correspondientes, así como con las Asociaciones Nacionales de Seminarios. Además de este estrecho contacto con las Iglesias locales, el Dicasterio promueve regularmente cursos de formación para formadores en los Seminarios, normalmente por áreas lingüísticas, organiza un Curso de Praxis Administrativa Canónica para aquellos sacerdotes que son estudiantes en Roma y que serán llamados a ser trabajadores legales en sus diócesis de origen, así como un Curso de Praxis Formativa para aquellos que se dedicarán en cambio a actividades educativas, especialmente en los Seminarios. La idea básica es «pensar» y construir seminarios que preparen a los sacerdotes según el Corazón de Cristo, adecuados a las necesidades del mundo contemporáneo.
El ambito de actividad de la Congregación incluye también el diaconado permanente. ¿Cuál es la realidad de este ministerio en la Iglesia de hoy? ¿Y qué lugar específico hay que dar a los diáconos para evitar el riesgo de que su papel quede suspendido entre el de sacerdote y el de laico?
R. – El Papa Francisco lo dijo abiertamente: «Debemos tener cuidado de no ver a los diáconos como medio sacerdotes y medio laicos». E identificó su principal característica: son «los custodios del servicio en la Iglesia». Para algunos, conocidos como diáconos transitorios, la ordenación diaconal es una etapa en el camino hacia el sacerdocio ministerial, en la que se asume la actitud de Cristo Siervo de por vida, imitando al Señor Jesús también en el celibato. El Concilio Vaticano II, entonces, siguiendo la Tradición de la Iglesia, restableció la posibilidad del diaconado permanente, es decir, de hombres, incluso casados, ordenados no para el sacerdocio, sino precisamente para el servicio en la Iglesia. De hecho, ejercen su ministerio en las celebraciones y la predicación, en las obras de caridad, en la atención a los pobres y en la colaboración competente en la administración de los bienes de la Iglesia.
La Congregación para el Clero, en su reciente Instrucción sobre la renovación de la comunidad parroquial (nn. 79-82), presentando una visión ministerial de la Iglesia, y en la estela de la enseñanza del Concilio y de los Papas, ha subrayado la tarea de los diáconos permanentes como profetas del servicio. Su ministerio, además, debe ir más allá de los confines de la comunidad eclesial; de hecho, son enviados a las «periferias» y están marcados por un carisma misionero, especialmente para el «primer anuncio» del Evangelio en los lugares de frontera y en los ambientes de la vida ordinaria de la gente. Pienso en los diáconos permanentes comprometidos en los hospitales, en las cárceles, en la acogida de los emigrantes, en el mundo de la educación y en los centros de escucha de Cáritas: hoy continúan, en nombre de toda la Iglesia, la obra del buen samaritano.
Para realizar esta vocación específica, es necesaria una formación que no sólo se refiera a la dimensión intelectual, sino también a la madurez humana y espiritual, con vistas a la evangelización. Por esta razón, el Dicasterio acompaña a las Conferencias Episcopales en la elaboración de una Ratio para la formación de los diáconos permanentes, con el fin de realizar plenamente el potencial inherente a su vocación. Además, la Congregación está en diálogo con los episcopados locales para que en todo el mundo se instituya el orden de los diáconos permanentes, que en algunas Iglesias locales aún no han sido restaurados. De hecho, es responsabilidad de las Conferencias Episcopales proveer a la promoción del diaconado permanente en cada país.
Además, un aspecto único del diaconado permanente es el hecho de que los hombres casados también pueden ser admitidos a este ministerio. Esta opción los distingue claramente de los sacerdotes, que son siempre célibes en la Iglesia latina. Además, el diácono permanente que tiene familia y ejerce su profesión es un testigo privilegiado de la llamada universal a la santidad en la vida ordinaria. Sin embargo, existen, aunque en menor número, diáconos permanentes célibes, que dan testimonio del valor de la virginidad para el Reino de los Cielos, asumiendo el compromiso del celibato en el momento de la ordenación, para dedicarse con mayor libertad a las exigencias del ministerio.
La Congregación para el Clero se compromete a promover el diaconado permanente en toda su riqueza y relevancia: estos hombres, de hecho, no son «monaguillos con estola», sino que son cristianos comprometidos en manifestar -en comunión con el Obispo y el presbiterio diocesano- el rostro de Jesús, que no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida, siguiendo el ejemplo de San Francisco de Asís, que fue diácono permanente y que, motivando el servicio con la fraternidad, nos enseña a dirigirnos a los demás llamándolos «Fratelli tutti«.
Tomado de: https://www.vaticannews.va/