Mientras el Congreso Mundial de Móviles de Barcelona congrega la flor y nata del sector, varias entidades denuncian el lado oscuro del negocio, al que acusan de despreocuparse de la violación de derechos humanos en las fábricas chinas y las minas congoleñas.
“Detrás de esta industria tan moderna y tan de progreso se esconden temas oscuros como la explotación laboral o minerales manchados de sangre procedentes de zonas en conflicto”, denunció Alba Trepat, responsable de campañas de SETEM, la ONG de solidaridad internacional impulsora del Congreso Social de Móviles.
En esta feria alternativa, celebrada a pocas manzanas de la principal feria del sector, también tienen su smartphone estrella: el Fairphone 2, que intenta velar por un proceso de producción ético.
La compañía holandesa que lo produce, creada en 2013, se inspira en los principios del comercio justo pero reconoce que, actualmente, es imposible cumplirlos al 100% por el gran número de materiales utilizados en la fabricación y la multitud de empresas participantes en la manufactura, muchos de ellos en países emergentes.
“La trazabilidad de los minerales utilizados es muy complicada. La cadena de suministro implica centenares de actores y por cada mineral hay al menos cinco pasos de producción. Asegurar que cada paso es ético es muy difícil”, explica a la AFP Daria Koreniushkina, directora de Compromiso Público de Fairphone.
Su marca lo intenta: su primer modelo utilizaba únicamente estaño y tantalio de la República Democrática del Congo (RDC) ajenos al conflicto armado del país, y para su segundo modelo, lanzado en 2015, consiguieron oro extraído en Perú respetando los estándares de comercio justo.
En su fábrica en China, promueven programas sociales para los trabajadores, mejorando la representación de los empleados y publicando periódicamente informes independientes sobre las condiciones laborales.
“No podemos encontrar por arte de magia una fábrica justa en Asia pero un primer paso es ser transparente y tener voluntad de mejora”, explica.
Según las investigaciones de Electronics Watch, un consorcio internacional participado por SETEM para velar por los derechos en esta industria, en muchas fábricas chinas se superan las 80 horas semanales, con salarios de miseria y una alta exposición a productos cancerígenos.
En 2012, el gigante estadounidense Apple admitió abusos laborales por parte de algunos de sus proveedores después de una ola de suicidios en una planta china del grupo taiwanés Foxconn, suministrador de componentes para iPhone.
Explotaciín infantil en las minas
Fairphone parece una excepción en el sector de la tecnología móvil, que en 2015 generó 3,1 billones de dólares según el principal consorcio del sector GSMA, organizador del Congreso Mundial de Móviles (MWC).
“Esta industria sería la cuarta economía mundial. Ellos sacan pecho de tener estos recursos, su responsabilidad debería estar a la altura”, critica Josep Maria Royo, investigador del observatorio Cultura de Paz de la Universidad Autónoma de Barcelona, que estudia los conflictos armados.
También participa en la “Red de Entidades para la República del Congo”,una pequeña ONG local, que denuncia cómo esta industria financia indirectamente el conflicto armado del país, uno de los principales productores de cobalto y coltán, componentes esenciales para numerosos dispositivos.
“La RDC produce más de la mitad de cobalto del mundo. Un 20% del cobalto que exporta procede de minas artesanales del sur del país, donde los trabajadores excavan con las manos, sin herramientas ni protección”, denuncia Maria Cañadas, presidenta de Amnistía Internacional en la región española de Cataluña.
En enero AI publicó el informe “Por esto morimos”, denunciando las condiciones laborales en estas minas: jornadas de sol a sol, siete días a la semana y maltratos, además de un alto porcentaje de trabajo infantil.
“Unicef estima que hay alrededor de 40.000 niños trabajando en esas minas. Algunos de los que entrevistamos, de hasta siete años, decían que durante mucho tiempo no habían visto la luz del sol porque se pasaban el día en las minas”, explica.
“No me creo que la gente del MWC no sepa esto. Pero no interesa hablar de ello y menos resolverlo”.
Un primer paso para solucionar estos problemas es despertar el interés del consumidor y Fairphone quiere convertirse en un actor protagonista. Su primer modelo fue adquirido por 60.000 personas en Europa y el segundo acumula ya 30.000 ventas.
“Demostrando que hay demanda por un producto más ético, podemos inspirar a toda la industria a actuar más responsablemente. Así, algún día Congreso Mundial de Móviles y Congreso Social de Móviles puedan ser sinónimos”, desea Koreniushkina.
por: AFP