Entre 1992 y 1995 se libró en la pequeña nación balcánica de Bosnia-Herzegovina una guerra brutal en la que se estima que murieron por lo menos 100.000 personas y en la que hubo más de dos millones de desplazados. Aunque todos los combatientes pagaron un terrible precio, el grupo que probablemente más sufrió y sigue sufriendo es la minoría de la comunidad croata católica. Hasta hoy, numerosos pueblos croatas en el corazón de Bosnia, destruidos durante la guerra, siguen vacíos. Como señala el periodista croata Zvonimir Čilić, solo en su ciudad natal de Vitez los musulmanes bosnios mataron a 653 personas, dejando a más de 460 viudas y 600 niños sin uno o ambos padres… todo ello en un periodo de 316 días.
La brutalidad de la violencia ejercida contra los croatas católicos se debió en gran parte a una ideología islamista radical importada con la llegada de mercenarios muyahidines extranjeros. Ocultos en las afueras de centros urbanos como Sarajevo, Tuzla, Zenica o Bihac y en pueblos aislados como Dubnica, Ošve, Gornja Maoča o Bočinje, estos extremistas reunidos en 22 comunidades islamistas, llamadas para-jamaats, estaban y siguen estando financiados por los Estados del Golfo.
Incluso una vez finalizada la guerra oficialmente y los croatas empezaron a regresar a sus hogares, siguieron siendo víctima de ataques terroristas de bandas errantes de islamistas. Como afirma Zvonimir Čilić, “siete personas de nuestra comunidad fueron asesinadas en sus lugares de trabajo en 1997, 1998 y posteriormente, con la intención de impedir que retornaran los que fueron expulsados”. Hasta la fecha no se ha llevado ante la justicia a ninguno de los que perpetraron ataques terroristas contra los católicos que habían vuelto a Travnik.
El P. Õeljko Maric, director de la escuela de Petar Barbaric, explica: “Travnik era un buen lugar para vivir antes de la guerra. Era un centro industrial. La historia de Travnik después de la guerra es diferente: la gente no tiene trabajo, y muchos han muerto, han perdido sus casas o a sus seres queridos. Estas heridas no han cicatrizado. Aquí hay familias divididas, emigración, instalaciones industriales destruidas y falta de oportunidades laborales. No hay perspectivas y los jóvenes se están yendo”.
Otro problema es la discriminación que sufren los católicos en la vida civil y religiosa: aunque a las comunidades islámicas se les han restituido todas las propiedades desde el final de la guerra y, a pesar de las resoluciones positivas a favor de dichas restituciones a nivel del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, a la Iglesia católica todavía no se le han devuelto muchas propiedades. La consiguiente desconfianza en el Estado de derecho y el alto desempleo –hasta un 50% en los pueblos- está ocasionando una considerable emigración de jóvenes croatas católicos. Según el Cardenal Vinko Puljic, Arzobispo de Sarajevo, hasta 10.000 católicos abandonan Bosnia-Herzegovina cada año. La capital, que antaño hacía tanto alarde de su carácter multiétnico, albergaba una población de 35.000 croatas antes de la guerra, cifra que actualmente ha quedado reducida a la mitad. En total, según datos no oficiales de la Iglesia católica, en las cuatro diócesis de Bosnia-Herzegovina no quedan más de 380.000 católicos.
Por otro lado, el número de musulmanes que llegan a Bosnia procedentes de Turquía o los Estados del Golfo ha aumentado rápidamente en los últimos diez años. Los centros comerciales construidos por inversores árabes, así como los llamados Centros Árabes, han surgido en toda Bosnia y, si la construcción continúa a buen ritmo, la capacidad de alojamiento pronto alcanzará las 100.000 personas. Según los datos de 2018 publicados por la comunidad musulmana local, en el país hay 1.912 mezquitas, de las cuales 554 se construyeron o reconstruyeron después del fin de la guerra. La arquitectura revela la financiación extranjera y las ambiciones expansionistas de nuevas corrientes del islam que compiten entre sí: grupos conservadores del islam suní, principalmente de Arabia Saudí y el islam chií de Irán. La mezquita del Rey Fahd, construida por los saudíes en 2000, es el segundo lugar de culto musulmán más grande de los Balcanes. Además, según un informe del Consejo de Europa de 2017, en los últimos veinte años 245 organizaciones humanitarias árabes han estado operando en Bosnia, entre ellas varias que financian la promoción de un islam conservador.
La radicalización de la población musulmana local no solo ha provocado una mayor preocupación por la armonía interreligiosa que históricamente ha existido en Bosnia, sino que también ha aumentado las tensiones en el seno del islam. Los musulmanes bosnios no ven con buenos ojos la reciente introducción de estas corrientes fundamentalistas, y están preocupados de que deformen el concepto del islam tradicional bosnio, conocido desde hace tiempo por su tolerancia y aceptación de la diversidad religiosa. El profesor Dzemaludin Latic de la Universidad de Estudios Islámicos de Sarajevo explica: “La política saudí en Bosnia es a menudo errónea y la política iraní en Bosnia es frecuentemente equivocada. En lo que respecta a los saudíes, no entienden nuestra situación multiétnica. Y los iraníes no entienden nuestro destino aquí porque ellos difunden el chiísmo. Eso complica aún más nuestra situación”.
El profesor Stipe Odak de la Facultad de Teología y Estudios Religiosos de la Universidad de Lovaina, Bélgica, explica que se ha iniciado una batalla tanto organizativa como ideológica contra los grupos radicales salafistas importados. Al no ajustarse al canon islámico, se les ha dado a elegir entre integrarse en la organización de la comunidad islámica bosnia o disolverse, pero estos esfuerzos aún no han tenido éxito. Odak cree que hay un elemento económico que complica la situación, ya que los para-jamaats financiados por los Estados del Golfo ofrecen seguridad económica a los que aceptan su ideología. La perspectiva de un bastión árabe impulsado por ideologías fundamentalistas patrocinadas desde el extranjero es particularmente preocupante para las ambiciones de Bosnia de ser aceptada en la OTAN y en la Unión Europea.
Está claro que la clave para un futuro común es la reconciliación. El profesor universitario Dzemaludin Latic cree que “debemos hablar de nuestros propios miedos y los croatas católicos deben entender el dolor y el miedo de los bosnios. Nosotros, los bosnios, como mayoría, debemos entender a esos croatas que se van y cuyo número se ha reducido a la mitad. Tenemos que darnos cuenta de lo que vendrá si nos quedamos sin el apoyo de los croatas. ¿Qué cabría esperar entonces?”. Una pregunta abierta con pocas respuestas optimistas debido a la discriminación de la minoría católica y el inexorable crecimiento del islam radical, 25 años después del fin de la guerra.
Fuente y foto: acncolombia