Millones de personas siguen desplazándose de las zonas rurales de la remota región amazónica de Brasil a las grandes ciudades con la esperanza de encontrar una vida mejor.
Según las cifras de un reciente estudio de MapBiomas Brasil -una red de ONG y empresas emergentes que proporciona datos sobre el uso del suelo en el país-, seis de las 20 ciudades que han registrado un mayor crecimiento de favelas (barrios de chabolas: casas de escasas proporciones y pobre construcción) en los últimos 38 años se encuentran en la región amazónica.
Los que abandonan sus tierras ancestrales lo hacen con la esperanza de mejorar su situación económica en las grandes ciudades, pero este sueño suele dar paso a una vida de pobreza en chabolas destartaladas con escasas o nulas condiciones sanitarias, y construidas en zonas de alto riesgo. Además, el paso de comunidades muy unidas al relativo anonimato de los enormes barrios de chabolas puede romper los lazos con las costumbres y tradiciones autóctonas, también con la vida de fe.
La fundación pontificia internacional Ayuda a la Iglesia que Sufre (ACN) está ayudando a las diócesis locales a mantener viva la fe mediante una serie de proyectos que proporcionan ayuda financiera a grupos misioneros que trabajan en las grandes urbes y sus periferias. Además, ACN apoya económicamente a 66 seminaristas que representan el futuro de la Iglesia en la región.
Hagan lo que hagan, salen perdiendo
A muchas familias que viven en estas regiones empobrecidas de Brasil apenas les queda otra opción que emigrar a las ciudades. Jenisângela Rosa que pertenece a Shalom, uno de los movimientos misioneros a los que apoya ACN, describe a la fundación pontificia un caso especialmente difícil con el que han tenido que lidiar recientemente:
«Atendemos a una familia, una pareja con cinco hijos que estaba a la espera del sexto y que trabajaba en un rancho a más de dos horas de la maternidad más cercana. Allí no había ni transporte público ni escuelas. Antes de llegar a la ciudad para su cita en la maternidad, la madre se puso de parto, y ella y el bebé estuvieron a punto de morir. Esa fue la razón de que decidieran volver a la ciudad. Nosotros los ayudamos: encontramos un trabajo para el marido y un lugar seguro donde vivir, pero la vivienda no es suficientemente grande para la familia, así que seguimos buscando», explica.
«Las organizaciones eclesiásticas y las autoridades tienen que buscar la forma de facilitar a las familias un acceso a los servicios básicos en su lugar de origen, pues a menudo son situaciones como esta las que les obligan a emigrar a las ciudades; y es que ahora se ven obligadas a elegir entre tener acceso a educación, sanidad y alimentación o seguir vinculadas a sus tradiciones y su forma de vida. Así, hagan lo que hagan, se ven privadas de sus derechos más básicos», afirma la misionera de Shalom.
Simientes que dan fruto
Manaos, la capital de la región amazónica brasileña, tiene dos millones de habitantes. Dilma França, que dirige un grupo misionero de la Comunidade Sementes do Verbo, también apoyado por ACN, explica que su trabajo en esta ciudad consiste en «cooperar con la Iglesia local mediante apoyo y formación, incrementando el número de agentes pastorales para la evangelización. Esto permite a la Iglesia dar una respuesta más eficaz a la población urbana, a menudo carente de valores morales y espirituales».
Los adultos que emigran a las grandes ciudades tienen que trabajar muchas horas para ganarse la vida, por lo que no les queda mucho tiempo para ocuparse de sus hijos, que, a su vez, pueden caer en las trampas habituales de las drogas, la promiscuidad sexual y la delincuencia. «Tenemos equipos misioneros que realizan un trabajo social y de evangelización con los niños, adolescentes, jóvenes, adultos y familias, eso ha contribuido a su formación humana y espiritual, además de promover la integración y los valores. Nuestra misión es darles formación sobre el consumo de drogas o ayudarlos a superar la adicción. Nuestros misioneros difunden la fe, pero también les transmiten a estas personas una mirada cristiana que las ayuda a madurar y a afrontar traumas personales, y a recomenzar a través de una experiencia personal con Dios, consigo mismos y con la Iglesia».
No obstante, este grupo misionero también desarrolla su labor en aproximadamente 35.000 comunidades rurales, que viven en el interior de la selva amazónica a orillas del río “para reducir el éxodo migratorio que lleva a tantos a abandonar sus tierras de origen. De estas personas, alrededor de un millón no tienen a nadie que les pueda dar a conocer el Evangelio; para nosotros es un reto importante al que responder», afirma.
Según explica Dilma França, 20 jóvenes de su movimiento se están formando actualmente para ser sacerdotes en el Seminario Dom Vicente Zico de la archidiócesis de Belém do Pará, apoyados por la fundación ACN para ponerse al servicio de la Iglesia y de la comunidad local a la que son enviados para acoger a los más necesitados, dándoles acceso a la Palabra de Dios. «Tuvimos una ordenación en 2023, y en 2024, por la gracia de Dios, tendremos cinco más.»
Regina Lynch, presidenta ejecutiva de ACN, confirma la importancia de la ayuda de la fundación a la atención pastoral en zonas de crecimiento urbano y pobreza en Brasil: «Visité algunas zonas muy pobres, en las que ni siquiera la policía se atreve a entrar, y quedé muy impresionada por los nuevos movimientos eclesiales, que incluyen laicos consagrados y sacerdotes que conviven en estas favelas con la gente, realizando allí una labor de evangelización, incluso con escuelas, y que son ampliamente respetados por la población.»
Información tomada de: https://www.acncolombia.org/