La región ucraniana de Transcarpatia, con una población de un millón de habitantes, ha acogido a un total de 400.000 desplazados internos procedentes de otras partes de Ucrania, por lo que la diócesis de Mukachevo ha intensificado su ayuda a los que huyen de las zonas de guerra.
Los edificios de la diócesis se han convertido en alojamientos y «casi la mitad de las familias católicas de rito romano de la región han alojado a desplazados internos en sus propias casas», declara monseñor Mykola Petro Luchok, obispo auxiliar y administrador apostólico de Mukachevo, a la Fundación Ayuda a la Iglesia que Sufre (ACN).
Mons. Luchok declaró que la diócesis también está apoyando a organizaciones locales que ofrecen asesoramiento sobre traumas a las personas afectadas por la guerra, incluidos los soldados que regresan del frente y las familias de los caídos en combate. «ACN aportará fondos para ayudarnos a ofrecer formación psicológica y terapéutica a los profesionales de la salud mental para que puedan atender en el futuro a quienes regresen con profundas heridas mentales», dice el obispo.
El invierno pasado, cuando la región se quedó sin electricidad tras los ataques aéreos contra centrales térmicas e hidroeléctricas, ACN proporcionó también generadores y sistemas de almacenamiento de energía en baterías para ayudar a la gente a mantener el calor.
Muchos de los que buscan refugio en la región son familias con niños, por lo que la diócesis ha organizado «campamentos de verano en las montañas y otros entornos naturales con actividades creativas para los niños desplazados» y «actividades para que las familias desplazadas fortalezcan y renueven su espíritu», dice el obispo. También destaca el coste psicológico y económico que la guerra ha tenido tanto para los desplazados internos como para la población local, muchos de los cuales han perdido todos los medios para mantenerse a sí mismos y a sus familias.
Como resultado, “mucha gente ha abandonado la región de Transcarpatia. Muchos de los líderes de la región y de nuestra diócesis también se han marchado. «Por lo tanto, uno de los retos ha sido reorganizar completamente la forma en que todo funciona a diario», agrega.
Monseñor Luchok realiza regularmente viajes pastorales por su diócesis y, allá donde va, la gente le cuenta «lo mucho que la guerra les ha herido de diversas maneras». Y añade: «Un aspecto de las dificultades es que no se ve el final. La gente está mentalmente fatigada. También están los que han resultado heridos físicamente en la guerra».
El prelado afirma que en estos tiempos difíciles, «no debemos obsesionarnos con cómo eran las cosas antes y por qué nuestro sufrimiento continua». En su lugar, «deberíamos sumergirnos en la oración y reflexionar sobre el significado y el poder del Calvario».
Y añade: «No debemos centrarnos en lo que hemos perdido, sino concentrarnos en llevar nuestras cruces y en encontrar formas de ayudar a los demás. La vida es más fácil cuando no pensamos en nuestro propio sufrimiento, sino en cómo podemos ayudar a otras personas. Tenemos que aprender a servirnos los unos a los otros lo mejor que podamos, en la paz o en la guerra. Tenemos que intentar no tener miedo, porque el miedo cierra nuestros corazones a la gracia».
El obispo Luchok concluye diciendo: «Estamos muy agradecidos a ACN por toda la ayuda que hemos recibido. Esperamos seguir recibiendo ayuda porque la guerra continúa, lo que ha provocado muchas pérdidas en nuestras vidas».
Información tomada de: ACN Colombia