El lanzamiento de un misil ruso creo unas 1.500 piezas de escombros espaciales, que se suman a las más de 9.600 toneladas que orbitan el planeta Tierra. La preocupación aumenta con el pasar del tiempo, ya que estos desechos amenazarían las actividades espaciales «durante décadas».
Por su parte, Rusia admitió haber destruido uno de sus satélites durante la prueba de un misil espacial, pero rechazó la acusación de Estados Unidos de haber puesto en peligro a la tripulación de la Estación Espacial Internacional.
Mientras tanto, funcionarios estadounidenses acusaron el lunes a Rusia de haber llevado a cabo un acto «peligroso e irresponsable» que creó una nube de escombros y obligó a la tripulación de la Estación Espacial Internacional (ISS, por sus siglas en inglés) a tomar una acción evasiva.
El ministro de Defensa ruso, Serguéi Shoigú, declaró posteriormente que se utilizó un sistema «prometedor» que dio en el blanco con «precisión».
«Los fragmentos que se formaron no suponen ninguna amenaza para la actividad espacial», añadió, citado por las agencias de noticias rusas.
El secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, aseguró el lunes que la nube de escombros amenazaría las actividades espaciales «durante décadas».
Francia cargó contra los «saqueadores del espacio» que generan «desechos que contaminan y ponen en peligro a nuestros astronautas y satélites». Mientras que Alemania dijo estar «muy preocupado» y pidió medidas urgentes para «reforzar la seguridad y la confianza».
El incidente reavivó los temores de ver el espacio transformado en un campo de batalla entre las grandes potencias, ávidas de experimentar nuevas tecnologías militares.
Hasta ahora, Moscú había alzado la voz contra cualquier intento de militarizar el espacio, donde solo Estados Unidos, China e India habían efectuado pruebas de misiles contra satélites.