Miguel del Toro acudió al hospital donde falleció este domingo Vicente Fernández en la ciudad mexicana de Guadalajara, consolando su dolor con una convicción: «Ya le está cantando a la Virgencita».
Miguel llegó con un compendio impreso de la carrera del artista, que murió a los 81 años tras permanecer cinco meses hospitalizado por una caída en su rancho «Los Tres Potrillos» -como llamaba a sus hijos varones- en Guadalajara.
«Tengo tristeza, también alegría porque le está cantando allá a nuestra Virgencita«, dice el hombre de 86 años con los ojos humedecidos.
«Vea el día que escogió, el 12» de diciembre para morir, agrega, subrayando que el fallecimiento se produjo en la misma fecha que los mexicanos honran a su patrona, la Virgen de Guadalupe, una de las peregrinaciones católicas más grandes del mundo.
Miguel recuerda que Chente -como lo llamaban sus seguidores- «era devoto de la Virgen» y que lo conoció en los años 1960 cuando se presentó por primera vez en su ciudad natal, Tamazula (estado de Jalisco), e interpretó «Con una copa de vino».
«Está vivo en los corazones de todos los mexicanos», afirma Miguel, con gorra y chaleco oscuro, poco antes de cantar «El rey», un tema que interpretaba Fernández pero compuesto por el célebre cantante de rancheras José Alfredo Jiménez (1926-1973).
Con el libro titulado «Pero sigo siendo el rey» (estribillo de esa canción), Miguel evoca además el acercamiento que tuvo con el también llamado Charro de Huentitán, ganador de tres Grammy y nueve Grammy Latino y con una estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood.
«Fue en 1986 en la Casa de San Pedro Tlaquepaque, en una boda que él apadrinó al señor Rubén Álvarez y a una mujer que se llama Dora. Ahí me tocó convivir con él cuando andaba cantando la de ‘De siete a nueve'», rememora.
Hombre sencillo
Hasta la clínica también llegó Juan Manjarrez, de 64 años. Con las manos temblorosas sujetaba una imagen de la Virgen de Guadalupe y una fotografía de él con Vicente Fernández.
«¡Se fue un grande!», exclama Manjarrez, compartiendo un episodio que según él mostraba claramente la sencillez del que era considerado el último gran ídolo de la música ranchera, un género cargado de despecho y evocaciones de la vida en el campo.
«Yo fui a trabajar una vez de mesero con él y le dije que si podía llevar a mi madre y me dijo que sí, ‘nada más me avisas’. Él fue hasta nosotros, un detallazo», relata.
Desde carros en movimiento, que hacían un breve alto en la puerta del hospital, los fanáticos de Fernández cantaban coros de sus canciones, tocaban bocinas y dejaban flores. Algunos no perdían la esperanza de verlo salir en la carroza fúnebre para darle el último adiós.
Las autoridades de Guadalajara enviaron patrullas al lugar, previendo aglomeraciones de fanáticos.
Al rancho Los Tres Potrillos llegó Vicente Fernández Junior, el primogénito del ídolo, y su esposa María del Refugio Abarca «Cuquita». Vicente, visiblemente conmovido, se limitó a agradecer a los mexicanos el cariño a su padre, según imágenes televisivas.