Abrir el corazón y no cerrarse en la indiferencia. Es la invitación que esta mañana el Papa Francisco dirige en su homilía durante la Misa en Casa Santa Marta. La compasión, dice, nos lleva por el camino de la “verdadera justicia”, salvándonos así de cerrarnos en nosotros mismos.
La reflexión parte del pasaje del evangelio del día, en el que se narra el encuentro de Jesús con la viuda de Naím que llora la muerte de su único hijo, mientras es llevado a la tumba. El evangelista no dice que Jesús tuvo compasión, sino que “el Señor sintió una gran compasión”, observa el Papa, como diciendo: “fue víctima de la compasión”.
Había mucha gente acompañando a esa mujer, pero Jesús ve su realidad: se ha quedado sola hoy y hasta el final de su vida, es viuda, ha perdido a su único hijo. Es precisamente la compasión la que le hace comprender profundamente la realidad.
La compasión te hace ver la realidad como es; la compasión es como la lente del corazón: nos hace comprender realmente sus dimensiones. Y en los evangelios, Jesús muchas veces se llena de compasión. La compasión es también el lenguaje de Dios. No empieza, en la Biblia, con Jesús: fue Dios quien dijo a Moises “he visto el dolor de mi pueblo” (Ex 3,7); es la compasión de Dios, que envía a Moisés a salvar al pueblo. Nuestro Dios es un Dios de compasión, y la compasión es – podemos decir – la debilidad de Dios, pero también su fuerza. Lo mejor que nos da a nosotros: porque fue la compasión la que le movió a enviarnos a su Hijo. Es un lenguaje de Dios, la compasión.
La compasión “no es un sentimiento de pena”, que se siente, por ejemplo, cuando se ve morir un perro por la calle: “pobrecito, qué pena”, observa Francisco. Sino que es “implicarse en el problema de los demás, es jugarse la vida”. El Señor, de hecho, se juega la vida y va allí.
Otro ejemplo lo toma el Papa Francisco del Evangelio de la multiplicación de los panes, cuando Jesús dice a los discípulos que den de comer a la multitud que le seguía, cuando ellos querían despedirla.
“Eran prudentes, los discípulos”, dice Francisco. “Creo – prosigue – que en ese momento Jesús se enfadó en el corazón”, considerando su respuesta: “¡Denles ustedes de comer!”. Les invita a hacerse cargo de la gente, sin pensar que después de una jornada así pudiesen ir a los pueblos a comprarse el pan.
“El Señor, dice el Evangelio, tuvo compasión porque veía a esa gente como ovejas sin pastor”, recuerda el Papa. Por una parte, por tanto, el gesto de Jesús, la compasión, por la otra la actitud egoísta de los discípulos que “buscan una solución pero sin compromiso”, que no se manchan las manos, como diciendo que esta gente se apañe.
Y aquí, si la compasión es el lenguaje de Dios, muchas veces el lenguaje humano es la indiferencia. Hacerse cargo hasta aquí y no pensar más allá. La indiferencia. Uno de nuestros fotógrafos, del Osservatore Romano, tomó una foto que ahora está en la Limosnería, que se llama “Indiferencia”. He hablado de ello otras veces. Una noche de invierno, ante un restaurante de lujo, una señora que vive en la calle tiende la mano a otra señora que sale, bien abrigada, del restaurante, y mira hacia otro lado. Esta es la indiferencia.
Vayan a ver esa fotografía: esta es la indiferencia. Nuestra indiferencia. Cuántas veces miramos hacia otra parte … Y cerramos la puerta a la compasión. Podemos hacer un examen de conciencia: ¿yo habitualmente miro hacia otra parte? ¿O dejo que el Espíritu Santo me lleve por el camino de la compasión? Que es una virtud de Dios …
El Papa dice que le impresiona una palabra del evangelio, cuando Jesús dice a esta mamá: “No llores”. “Una caricia de compasión”, subraya. Jesús toca el féretro, diciendo al chico que se levante. Entonces, el joven se sienta y empieza a hablar. Y el Papa subraya el final, cuando dice: “Y Él se lo devolvió a su madre”.
Lo devolvió: un acto de justicia. Esta palabra se usa en justicia: devolver. La compasión nos lleva por el camino de la verdadera justicia. Siempre hay que devolver a quienes tienen un cierto derecho, y esto nos salva siempre del egoísmo, de la indiferencia, de cerrarnos en nosotros mismos. Sigamos con la Eucaristía hoy con esta palabra: “El Señor se llenó de gran compasión”. Que Él tenga también compasión de cada uno de nosotros: lo necesitamos.
Fuente: Aleteia