El Perdón: es la decisión de la reconciliación.
Perdonar no significa de ningún modo disimular la ofensa que se nos ha causado, o contribuir a reforzar la mala conciencia del ofensor con nuestro silencio. La capacidad de perdonar no supone la insensibilidad ante la ofensa, sino la superación de la ofensa mediante el amor gratuito y abundante.
Si la comunidad es un cuerpo vivo, puede suceder en ella el mismo fenómeno. Cuando no funciona el mecanismo de la reconciliación continua, se van acumulando sedimentos de amargura y resentimiento hasta alcanzar niveles altamente tóxicos. ¡Tantas comunidades han muerto envenenadas!
¿Por qué perdonar? Porque el Perdonar es una decisión para quitarse la culpa, el rencor y el odio que quedan estancados y hacen daño. Perdonar nos sana y nos salva.
Dice San Juan Crisóstomo: «En las guerras se considera vencido al que cae. Pero entre nosotros la victoria consiste en esto mismo. Nunca vencemos cuando nos portamos mal, sino cuando soportamos el mal con paciencia. La victoria más bella consiste en vencer con nuestra paciencia a los que nos hacen daño.»
«Si os airáis, no pequéis; que no se ponga el sol sobre vuestra ira.» Ef 4,26-27
«Hermanos, aun cuando uno incurra en una falta, vosotros los espirituales corregidle con espíritu de mansedumbre, y cuídate a ti mismo, pues tú también puedes ser tentado.» Gál 6,1
«No le miréis como enemigo, sino amonestadle como hermano.» 2 Tes 3,15
«Nada de brusquedad, coraje, cólera, voces o insultos; desterrad esto y toda malevolencia.» Eclo 4,31
«No reproches al hombre que se vuelve del pecado: recuerda que culpables somos todos.» Eclo 8,5
«La voz amable aumenta los amigos.» Eclo 6,5