S.S. Papa Pío XII en la Bula Munificentissimus Deus del 1 de noviembre de 1950 dijo:
“Después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces y de invocar la luz del Espíritu de la Verdad, para gloria de Dios omnipotente, que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia; para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte; para aumentar la gloria de la misma augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado, que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrena fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial”.
Puede entenderse por qué se levantó un grito al unísono de parte de la multitud entusiasmada que estaba en la Plaza San Pedro: casi 1900 años de fe del pueblo y de la Iglesia en esta verdad, confirmada y ratificada por el Romano Pontífice, apelando a la infalibilidad conferida a quien es el Sucesor de San Pedro. También hubo millones de espectadores en los cinco continentes, quienes vieron en televisión u oyeron por las estaciones de radio del mundo católico, el importante anuncio papal.
A partir de ese momento ya ningún católico podía dudar del hecho de la Asunción de María en cuerpo y alma al Cielo, sin apartarse de la Fe de la Iglesia.
Y es importante hacer notar aquí lo que Royo Marín nos dice en su tratado sobre la Santísima Virgen, respecto de la irreversibilidad que tiene un Dogma declarado. Nos dice que la infalibilidad del Papa al proclamar “ex-cathedra” un dogma de fe, no recae sobre el valor de los argumentos esgrimidos por el mismo Pontífice para apoyar dicho dogma, sino que cae sobre el objeto mismo de la definición.
¿Qué significa esto? Significa que no pudiera darse el caso de que alguno de los argumentos utilizados fuesen considerados posteriormente dudosos -o incluso, falsos. Después de la definición de un dogma, la verdad definida es asunto de fe. La infalibilidad cae sobre esa verdad y no sobre los argumentos empleados por los Teólogos e, inclusive, por el Papa en la introducción a la misma definición del dogma.
Sin embargo, este teólogo mariano considera que los argumentos teológicos que explican el Dogma de la Asunción -al igual que el de la Inmaculada Concepción- son del todo firmes y seguros, y por sí solos nos llevarían -como llevaron a la Iglesia durante tantos siglos- a creer con certeza en la Asunción de María al Cielo en cuerpo y alma.
Continuando con la Bula de la Asunción, he aquí algunos de estos argumentos, contenidos en la misma. Los dos primeros argumentos son el de la Tradición y el de la Liturgia. Luego sigue que:
1. Es una exigencia de la Inmaculada Concepción:
“Este privilegio -el de la Asunción de María- resplandeció con nuevo fulgor desde que Pío IX, definió solemnemente el Dogma de la Inmaculada Concepción. Estos dos privilegios están -en efecto- estrechamente unidos entre sí. Cristo, con su muerte, venció la muerte y el pecado; y sobre el uno y sobre la otra reporta también la victoria, en virtud de Cristo, todo aquél que ha sido regenerado sobrenaturalmente por el bautismo. Pero, por ley general, Dios no quiere conceder a los justos el pleno efecto de esta victoria sobre la muerte, sino cuando haya llegado el fin de los tiempos. Por eso también los cuerpos de los justos se disuelven después de la muerte, y sólo en el último día volverá a unirse cada uno con su propia alma gloriosa.
“Pero de esta ley general quiso Dios que fuera exenta la bienaventurada Virgen María. Ella, por privilegio del todo singular, venció al pecado con su Concepción Inmaculada; por eso no estuvo sujeta a la ley de permanecer en la corrupción del sepulcro, ni tuvo que esperar la redención de su cuerpo hasta el fin del mundo.”
2. Es una exigencia de su dignidad de Madre de Dios y del amor de su Divino Hijo hacia ella:
“Todas estas razones y consideraciones de los Santos Padres y de los Teólogos tienen como último fundamento la Sagrada Escritura, la cual nos presenta a la excelsa Madre de Dios unida estrechamente a su Hijo y siempre partícipe de su suerte. De donde parece imposible imaginarse separada de Cristo, si no con el alma, al menos con el cuerpo, después de esta vida, a Aquélla que le concibió, le dio a luz, le nutrió con su leche, le llevó en sus brazos y le apretó a su pecho.
«Desde el momento en que nuestro Redentor es Hijo de María, ciertamente, como observador pefectísimo de la divina ley que era, no podría menos de honrar, además de al Eterno Padre, también a su amantísima Madre. Pudiendo, pues, dar a su Madre, tanto honor al preservarla inmune de la corrupción del sepulcro, debe creerse que lo hizo realmente”.
3. Por su condición de nueva Eva y Corredentora de la humanidad:
“Pero hay que recordar especialmente que desde el Siglo II María es presentada por los Santos Padres como nueva Eva, estrechamente unida al nuevo Adán, si bien sujeta a El, en aquella lucha contra el enemigo infernal, que, como fue preanunciado en el Protoevangelio (Gen. 3, 15), había de terminar con la plenísima victoria sobre el pecado y sobre la muerte, siempre unidos en los escritos del Apóstol de las Gentes (cf. Rom 5 y 6; I Cor. 15, 21-26; 54-57). Por lo cual, como la gloriosa resurrección de Cristo fue parte esencial y signo final de esa victoria, así también para María la común lucha debía concluir con la glorificación de su cuerpo virginal; porque, como dice el Apóstol, cuando … este cuerpo mortal sea revestido de inmortalidad, entonces sucederá lo que fue escrito: la muerte fue absorbida por la victoria (I Cor 15, 54).
4. Por el conjunto de los demás privilegios:
“De tal modo la augusta Madre de Dios, misteriosamente unida a Jesucristo desde toda la eternidad con un mismo decreto de predestinación, inmaculada en su concepción, virgen sin mancha en su divina maternidad, generosa socia del divino Redentor, que obtuvo un pleno triunfo sobre el pecado y sobre sus consecuencias, al fin, como supremo coronamiento de sus privilegios, fue preservada de la corrupción del sepulcro y, vencida la muerte, como antes por su Hijo, fue elevada en alma y cuerpo a la gloria del Cielo, donde resplandece como Reina a la diestra de su Hijo, Rey inmortal de los siglos (cf. I Tim. 1, 17).”
Luego hay un aparte en la Bula en el que se resumen todos los motivos que hubo para declarar el Dogma de la Asunción:
“Y como la Iglesia universal, en la que vive el Espíritu de la Verdad, que la conduce infaliblemente al conocimiento de las verdades reveladas, en el curso de los siglos ha manifestado de muchos modos su fe, y como los Obispos del orbe católico, con casi unánime consentimiento piden que sea definido como dogma de fe divina y católica la verdad de la Asunción corporal de la Bienaventurada Virgen María al Cielo –verdad fundada en la Sagrada Escritura, profundamente arraigada en el alma de los fieles, confirmada por el culto eclesiástico desde tiempos remotísimos, sumamente en consonancia con otras verdades reveladas, espléndidamente ilustrada y explicada por el estudio de la ciencia y sabiduría de los teólogos– creemos llegado el momento pre-establecido por la Providencia de Dios para proclamar solemnemente este privilegio de María Virgen”.
He aquí, entonces, el texto de la fórmula definitoria del Dogma de la Asunción: es “Dogma de Revelación Divina que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial”.El significado de la Asunción de María al Cielo queda plasmado y maravillosamente resumido en el Prefacio de esta Solemnidad Mariana, en la cual celebramos la glorificación de la Madre de Dios … y también nuestra propia glorificación: la que nos espera al final de los tiempos.
Así rezamos en el Prefacio de la Asunción: «Hoy ha sido llevada al Cielo la Virgen Madre de Dios. Ella es figura y primicia de la Iglesia que un día será glorificada. Ella es consuelo y esperanza de tu pueblo, todavía peregrino en la tierra. Con razón no quisiste, Señor, que conociera la corrupción del sepulcro la Mujer que, por obra del Espíritu Santo concibió en su seno al autor de la vida».