Un día antes de la llegada del papa a Lesbos, algunos de los miles de migrantes bloqueados en esta isla griega a la espera de dar el salto a Europa se preguntaban si el pontífice obrará el milagro que más esperan: lograr la apertura de la frontera.
El sábado, el papa permanecerá unas horas en la isla, puerta de entrada a la Unión Europea desde 2015 para más de un millón de personas que huyen de la guerra y la miseria, y que Francisco se niega a diferenciar entre refugiados y migrantes económicos.
La visita, ha dicho, tiene por objetivo “expresar cercanía y solidaridad” con los refugiados y los ciudadanos de Lesbos. Lo acompañarán varios altos dignatarios ortodoxos, religión mayoritaria en Grecia, entre ellos el patriarca de Constantinopla Bartolomé.
Este último dijo que la visita debe considerarse “una invitación a la comunidad internacional” a movilizarse por la acogida de exiliados, invocando la tradición cristiana de la hospitalidad.
El viernes, exceptuando las decenas de periodistas que pululaban por la isla, todo parecía igual que siempre en Lesbos. Todo, salvo la capa de pintura fresca sobre los muros del campo de Moria, donde se encuentran encerradas unas 3.000 personas llegadas tras el fatídico 20 de marzo, fecha de entrada en vigor del acuerdo entre Ankara y la UE, y que serán devueltas a Turquía con casi total seguridad en las próximas semanas.
“Solo hemos hecho un poco de limpieza para dejar la ciudad presentable, ‘ellos’ quieren que todo sea simple, se trata de una visita humanitaria”, explicó Marios Andreotis, portavoz y consejero del alcalde de Mytilene, Spyros Gallinos.
Este último celebró en un comunicado esta “visita altamente simbólica“, “histórica“, de los líderes de la cristiandad.
A pocos kilómetros de Mytilene, unas 200 personas, principalmente familias sirias llegadas antes del 20 de marzo y que esperan ser reubicadas en la Unión Europea, viven en un hotel alquilado por la ONG católica Caritas.
Su situación es visiblemente mejor que la de los sórdidos campamentos improvisados en el Pireo, cerca de Atenas, o en Idomeni, en la frontera macedonia.
Nedal, ingeniero, se ha quedado con su esposa en Lesbos porque su hijo de tres años tuvo que ser hospitalizado a su llegada a Grecia.
El sábado espera poder acercarse al puerto de Mytilene a recibir al papa, “un hombre bueno y amable que ayuda a todo el mundo y quiere ayudar a los sirios“.“¿Quizá logre que abran la frontera?”, se pregunta en voz alta.
Mejor no hacerse ilusiones
Maritina Koraki, coordinadora de Caritas en Lesbos, confirma que los residentes están “muy excitados (…) y esperan que tras la visita las cosas vayan mejor”.
En Moria, en medio de las colinas cubiertas de olivos, el ambiente es otro. La policía impide acercarse a las vallas. Las tiendas de Acnur se extienden hasta perderse en el horizonte.
Farydoon, afgano de 23 años explica por teléfono desde el interior del campo de refugiados que está desesperado. Explica que varios compañeros han intentado suicidarse. “Quizá el papa entienda al menos lo que nos sucede”.
Ilias, grecocongolés residente en Atenas, ha logrado la autorización para venir a hablar a través de la valla con su primo llegado de Kinshasa hace dos semanas. El joven migrante, que prefiere no dar su nombre, no tiene prácticamente ninguna posibilidad de obtener el asilo.
Su elegante camisa vaquera y su reloj dorado destacan en medio de la austeridad del campo de refugiados. “Está bien que venga el papa. Intercederá por nosotros”, asegura. Su primo trata de ser realista: “En tu situación, mejor no te hagas demasiadas ilusiones”, le sugiere Ilias.
Por: AFP